La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

El indómito pastor lusitano

Cualquiera que no haya estado excesivamente distraído en la clase de Historia de nuestro ya lejanísimo Bachillerato, al oír la expresión “indómito pastor lusitano”, sabrá que nos estamos refiriendo a Viriato, un caudillo que está considerado como la figura principal (excepción hecha de los héroes de Numancia) de la lucha contra la ocupación de la península ibérica por parte de los romanos allá por los siglos I y II antes de Cristo.

Como ocurre con todos los personajes en los que se mezclan imprecisos datos históricos con episodios legendarios, la vida y muerte de Viriato ha sido reclamada por el nacionalismo portugués y también por el español como uno de los antecedentes fundamentales de la larga lucha del embrión patriótico por convertirse en una nación adulta. Un proceso que se desarrolla vertiginosamente en el interior del útero materno pero que, en política, puede durar siglos.

A los escolares de aquel tiempo se nos quiso hacer creer que Viriato era el prototipo del español que no se deja dominar. Es decir, indómito. Un genio de la táctica militar que volvía locos a los romanos invasores con el despliegue de una infantería y de una caballería muy ágiles y maniobreras tanto en ataque como en defensa.

Al objeto de pacificar definitivamente a las rebeldes tribus ibéricas, Roma envió una poderosa fuerza en la que figuraban 10 elefantes y 300 jinetes. Pero tampoco fue esta la definitiva. Y tuvo que ser otro cónsul quien, mediante una recompensa económica, moviese el arma que había de asesinarlo en su tienda mientras dormía. Los asesinos hubieron de acertarle en el cuello, porque Viriato se echaba en la cama vestido con su armadura.

Cuando los dos mercenarios quisieron cobrar la recompensa, el cónsul romano se excusó de esa obligación con una frase que luego se hizo famosa: “Roma no paga a traidores”.

Pasados más de dos mil años de aquel episodio aún queda gente interesada en investigar sobre Viriato. Recientemente se ha sabido que cuatro arqueólogos españoles (Ángel Morillo, Rosalía Durán, Esperanza Martín y Germán Rodrigo) han hallado evidencias de que la gran batalla que se esperaba entre las legiones romanas y las lusitanas en el territorio que ahora ocupa la hermosa ciudad extremeña de Llerena nunca tuvo lugar. Según los antes citados arqueólogos, los militares romanos construyeron con gran rigor táctico unas fortificaciones destinadas a embolsar a las tropas de Viriato, pero este no compareció.

Esta forma de luchar contra un enemigo que se sabe superior fue muy utilizada por el caudillo lusitano que lo fiaba todo a la sorpresa y al hostigamiento constante. Los objetos hallados atestiguan que fueron abandonados o perdidos por los ocupantes de esas grandes fortificaciones y extramuros de ellas no se ha encontrado nada que pudiera desmentir esa tesis.

En cuanto a los aspectos no legendarios de Viriato, hay quienes opinan que se dedicó al bandolerismo, una actividad propicia dada la proximidad de Sierra Morena en España y de la Serra da Estrela en Portugal, dos de los Estados que marcaron los rasgos de carácter de su compleja personalidad. Durante la Guerra Civil española se llamó “viriatos” a los voluntarios portugueses que lucharon en el bando de Franco.

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