La Opinión de A Coruña

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Juan Gaitán

Los masones

Cíclicamente, como suceden las estaciones, las mareas y los trenes, aparece alguien con un libro en el que revela, por fin, el gran secreto de los masones. Ahora le ha tocado a un historiador inglés, John Dickie, que anda estos días por España promocionando La Orden. Una historia global del poder de los masones. Este autor se hizo famoso hace ya algunos años con un libro sobre la mafia, Cosa Nostra, y ahora vuelve al filón de lo secreto.

He leído con interés las entrevistas que ha ido concediendo para promocionar el libro, y he descubierto, con estupor, un montón de clamorosas inexactitudes. El tipo asevera, sin ruborizarse, que “no soy masón porque soy ateo y para ser masón tienes que creer en Dios, en un ser supremo”, lo que demuestra su profundo desconocimiento del asunto. No, no es verdad, al menos no es toda la verdad. Para ser masón no es necesario creer en ninguna verdad revelada, en ningún ser supremo. Eso es solo en la masonería de inspiración británica, en la llamada “masonería regular”, que en nuestro país está representada por la Gran Logia de España. Ese modo de entender la masonería sí exige creer en algún modo de trascendencia, lo mismo que impide que las logias estén compuestas por hombres y mujeres. Pero hay otros modos de entender la masonería, una forma adogmática y liberal, como la representada por el Gran Oriente de Francia, en la que las concepciones metafísicas se consideran del dominio exclusivo de la apreciación individual. Esa masonería, en consonancia con el espíritu de la razón y la ilustración que anima a la francmasonería desde su creación allá por 1717, rechaza toda afirmación dogmática y, además, sus logias son mixtas, compuestas por hombres y mujeres (como es natural en un mundo donde hay hombres y mujeres) que trabajan en absoluta igualdad de derechos y obligaciones.

Desmitifica mucho Dickie el llamado “secreto” masónico, y acaso en eso sí esté cerca de acertar. Asegura que “el gran secreto oculto de los masones es que todos vamos a morir. Los tres grandes grados masónicos se resumen en ser una buena persona, intentar un mundo mejor y que la muerte es algo muy serio. Solo eso”. Siendo solo eso ya sería mucho, cabría explicarle a este profesor de Estudios Italianos en el University College de Londres, pues supondría que la masonería solo intenta que el mundo sea un lugar más habitable, pero partiendo desde la libertad absoluta de pensamiento y de conciencia, lo que hace que se distinga de las religiones, de las sectas y de las ideologías, pues no exige a sus miembros creer en nada, ni asumir ningún tipo de dogma, ni rendir culto a nadie ni a nada que no sea su propia libertad.

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