Seguimos. Caminamos y nos vamos encontrando, acompañándonos en la senda y deseándonos buen viaje por todas esas rutas por las que discurre la vida. Hace tiempo que descubrimos que la esencia de tal viaje era, precisamente, el camino, y que no debemos esperar al concurso de grandes metas para disfrutar del devenir diario. No, ahora sabemos ya que ese camino, con sus enormes, trabajosas, pronunciadas y hasta despiadadas cuestas, pero también con sus paseos gozosos a la vera del río, cobijados por árboles generosos, es en sí destino y origen, estación término y también de partida. Esa es la vida, queridos y queridas. Y, en la misma, no hay más verdad que la del día que todo empieza y... en el que acaba.

Lo demás pertenece a la historia personal de cada uno. Sus problemas y sus alegrías. Su esperanza de cada día y, también, sus quebraderos de cabeza. Lo más profundo de su motivación diaria y, también, lo que le causa desesperación. Es tan florido el panorama, tan diverso, que no vale la pena pontificar sobre ello. Solamente poniéndose en los zapatos del otro, lo cual es imposible de una forma absoluta, podría entender uno las motivaciones, las limitaciones, la fuerza y la estrategia vital de esa persona. Si no se hace, se pueda jugar a las aproximaciones, siempre burdas y con frecuencia no exentas de tópicos o frases demasiado cocinadas ya. Es difícil comprender sin ser, que diría el clásico. Difícil o... imposible.

Pero, con tal panorama, hay quien simplifica para atreverse ante lo complejo. Es el origen de los lugares comunes, del edificio de lo impostado, o de las construcciones tan arbitrarias como irrelevantes. Del paso del comercio real, basado en las características de lo vendido, a una música, una estética y una búsqueda de sensaciones, sin mucho más. De la coherencia y la congruencia de las ideas, a las meras poses. Del contenido, al envoltorio. Es el precio de clasificarnos en lotes, sean de pacientes, de consumidores, de clientes o quién sabe de qué. Cualquier cosa menos atrevernos a mirarnos a los ojos y llamarnos, directamente, personas.

Hubo un día en que la realidad terminó de diluirse, la racionalidad se esfumó, y se empezó a apelar a las emociones. A las sensaciones, y poco más. A creer en discursos en bucle, que nunca aportaron demasiada cosa solvente. A llegar al contrasentido de que yo te llame “nazi”, y tú a mí, sin molestarnos en buscar en las fuentes, en referirnos a los hechos, sin indagar y sin tener como aval a una contundente realidad histórica.

Hoy todo vale. La falacia, la posverdad, la líquida semántica han llegado al culmen de sus propias aspiraciones, y puedes explicar lo que sea, por inconsistente, incongruente y torpemente contado que sea, que tendrás inmediatamente lovers y haters, simplemente por ser tú, por tu estética, por lo que moles... Sin que muchos de ellos se fijen para nada en tus argumentos. En el núcleo de tu discurso. En qué cuentas y por qué. Y por qué no. No importa. El flow va por otro camino.

No me interpreten mal porque, con todo, esta sociedad de hoy da en muchos aspectos mil vueltas, o diez mil, a cualquiera de las precedentes. En muchos ámbitos, sin duda. Pero en otros parece que renunciamos a encontrarnos, a entendernos, a construir en colectivo. Todo es mucho más blando ahora, envuelto en algodones y, al tiempo, falso. O, lo que es lo mismo, basado en la experiencia del cliente. O sea, en que oigas lo que quieres oír, y hasta disfrutes con ello, aunque sea rotundamente falso. Qué más da que te cuenten alguna mentirijilla. Al fin y al cabo, lo emocional sustituyó a lo real, e incluso a lo racional, y el mundo de hoy ya se plasma de algodón de azúcar, a jirones, vacuo y, sobre todo, muy banal. Se trata de ser original, de lanzar flashes comunicativos, sean “canutazos” de prensa o estudiados aleteos con los párpados. De vestir de marca o de no hacerlo en absoluto. Se trata de construir y deconstruir, pero no de disciplina callada y hasta un tanto hostil al leve —e infumable— signo de los tiempos...

Al principio la publicidad tomó los mercados. Hoy todo es de tal guisa. Los políticos cimentan su fama, que no su praxis, en sus gabinetes de comunicación, que no de prensa. Los giros de guión de la historia se escriben en “tuits” compulsivos, y hasta los misiles, desde aquellos Patriot que a todos nos dejaron patidifusos, son parte del rancio guión de quien se esfuerza en, cada día, hundirlo un poco más todo. Lo que vende es lo que se compra. Y lo que no, aunque parezca una perogrullada, no.

Sí, hoy lo racional pinta un tanto demodé, por mucho que se le adule con la boca pequeña. Porque incluso hasta para explicarlo hay quien se refugia tras una música, una eterna sonrisa y modismos y formas pensadas para producir sensaciones... Y, así las cosas, aún hay quien fomenta, difunde, pronostica, lanza y promueve el “Metaverso”... ¿Más de lo mismo? ¿Tendré que alinearme con el grito, un tanto desesperado, un tanto visionario, del desaparecido Fernando Fernán Gómez? ¡A la mierdaaaa!

Nota para navegantes, despistados o indecisos: Las cifras de contagios de la pandemia de COVID-19, le digan lo que le digan, son las más altas desde el comienzo de la misma. La estrategia, no desvelada, es que se contagie todo el mundo. Y que el que se tenga que quedar por el camino, lo haga y no dé mucha más lata. Y no, no es un planteamiento clínico o científico. Es político o económico, económico o político.