Durante unos días me he traslado a la costa asturiana, y mi vista se pierde en las aguas del Cantábrico. Imagino que si tuviese aguante llegaría en línea recta nadando hasta Gran Bretaña. Desde mi posición, sin rías ni vericuetos de la costa, entre acantilados y verdes prados, aprecio diferencias con mi Galicia habitual sobre todo en lo atildado de las edificaciones en el enjambre de una población dispersa que también se da por aquí.

Paso unos días de descanso, en los que se está cumpliendo aquello de “mañanas de niebla, tardes soleadas”, para recargar las pilas mentales que falta nos hacen. Comunicaciones, las indispensables; televisión, al mínimo; lecturas, las que me traje, porque allá no había continuidad, mientras que aquí voy dando buena cuenta de ellas. No quiero que las tarascadas informativas —Putin, Pegasus, PP, ERC, etc.— me borren lo placentero que ahora tengo delante.

A fuerza ver la inmensidad de las aguas y sus movimientos, y por lo inusual de la expresión, me quedé con el mensaje aún tendríamos durante bastantes años una energía híbrida, que junto a las renovables y la nuclear seguiría siendo necesaria la energía de origen fósil (crudo y gas), y me vino a la cabeza los ensayos de aprovechar la energía mareomotriz. De ésta apenas se habla, ¿será por lo costosa que es?