La Opinión de A Coruña

La Opinión de A Coruña

Pilar Galán

El último bocadillo

Los días pasan lentos, pero los años se van muy rápido. Por eso, y porque vivimos en una espiral vertiginosa en la que apenas podemos pararnos a pensar, esta mañana, a las siete, te ha golpeado en la boca del estómago una certeza que lleva un tiempo rondándote. Te ha dejado sin aliento, cuchillo en alto, mientras afuera aún es de noche y de pronto, el mundo se ha convertido en un lugar erizado donde todo amenaza peligro. Aun así, porque somos esclavos y deudores de la rutina, has cortado el pan, con el mismo mimo que llevas haciendo durante estos seis años, y los otros seis anteriores, que suman doce, y los tres primeros, que fueron tan importantes. Quince años llevas hora más hora menos en esta cocina. De los tres a los dieciocho, quince años. Abres la nevera para no dejarte vencer por una tristeza que no es tristeza, que es una extraña mezcla de alivio, orgullo, amor y ternura, la misma de siempre aunque apenas seas capaz ya de abarcar su cuerpo en un abrazo y tengas que ponerte de puntillas para llegar a darle un beso, cada vez más esquivo, cada vez más escaso, y por eso cada vez más precioso. El pan espera en la encimera mientras acaba de caerte encima una fecha que has deseado y has temido, que parecía tan lejana cuando iba saltando de vuestra mano con unos pantalones cortos verdes y una camisa de cuadros por fuera que le hacían parecer mucho mayor que sus tres años. Siempre ha parecido mayor, te consuela una voz que ha crecido contigo todo este tiempo, no solo desde que llegó, sino desde que empezaste a dar clase y has visto desfilar por delante de tus ojos promociones enteras camino de otra vida, en otra parte. Le irá bien, te dice esa voz. Se adaptará como han hecho casi todos, y si no, siempre habrá una casa esperando y otra oportunidad y otro camino. Partes jamón, o lomo, o untas paté para que no haya lágrimas, tan pronto, y ese gesto te tranquiliza porque llevas haciéndolo hace tanto que parece que habrá de nuevo otro lunes, otras mañanas de clase. Y las habrá, solo que él estará en otra ciudad, no a años luz, por supuesto, pero ahora te parece que se abrirá un abismo que se tragará cada una de las cosas compartidas. Fuera empieza ya a amanecer y un cielo lácteo despliega un abanico de promesas que has convertido en amenazas.

Le irá bien, vuelve a repetirte la voz, mientras cortas el papel albal, recoges tu corazón, tu orgullo de madre, tus miedos también de madre, el amor incondicional (qué adjetivo más certero), todos los besos que nunca son suficientes, los vamos, ya es la hora, date prisa, ánimo, falta poco, no te vengas abajo ahora, las migas, el cuchillo, el paté, la servilleta… el ritual de una despedida que comenzó hace ya quince años, en su primer día de clases, cuando su mano encajaba en la tuya como una pieza de Lego, y que termina hoy, este viernes de fin de curso de segundo de Bachillerato, el día que has deseado y has temido, la mañana en la que se despierta, te da un beso al vuelo, y recoge sin darse cuenta su último bocadillo.

Compartir el artículo

stats