La primera acepción de la palabra “gula” en el Diccionario de la RAE es “exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber”. Aparentemente estamos ante una adecuada descripción de lo que es este pecado capital. Sin embargo, pienso que se utilizan expresiones que, según se verá, generan imprecisión e impiden tener una idea acabada del significado de esta palabra. Me refiero a los adjetivos “exceso” y “desordenado”. En las líneas que siguen, trataré del comer y del beber en tanto que actos originadores de la gula, así como de este comportamiento impulsivo que resulta del dato de añadir a aquellos dos actos originadores las conductas inusuales del exceso y del desorden.

Vaya por delante que el comer y el beber son actos absolutamente necesarios, cotidianos y reiterados y, por eso mismo, de vital importancia para el ser humano hasta el punto de que si estuviéramos un tiempo prologando sin realizarlos acabaríamos muriendo por inanición. Creo que también puede afirmarse que ambas son actividades generalmente placenteras y que, aunque tienen una importancia esencial, tal vez por su banalidad son poco propicias, al contrario que otras que se refieren al alma, para reflexionar filosóficamente sobre ellas.

Que esto es así lo demuestra que cuando un posadero de Orphalese le pidió al Profeta que protagoniza la obra de Gibran Khalil Gibran que les hablase del Comer y del Beber, el filósofo no fue capaz de dejar pensamientos brillantes y mucho menos poéticos sobre ese doble acto.

En efecto, comienza El Profeta criticando el modo que ha previsto la naturaleza para alimentarnos: “pudierais vivir del perfume de la tierra y sustentaros de la luz como una planta”. Desde luego, si el ser humano tuviese esa doble fuente para nutrirse, no existiría el tercer jinete del Apocalipsis montado en el caballo negro representativo del hambre. Porque el perfume y la luz serían fuentes inagotables de alimentación para el pueblo. Pero si las cosas no son así, deben obedecer a algo. Desde luego, el ser humano sería completamente diferente si se alimentara del perfume de la tierra y de la luz. Para empezar, ni comería ni bebería. Porque comer es “masticar y deglutir un alimento sólido” y el perfume no es sólido, no se mastica, ni se deglute, sino que se respira. Y beber es ingerir un líquido y la luz no es líquida, ni se ingiere, sino que se atrae y retiene. Por otro lado, de ser éstos los alimentos del hombre no habría gula porque, como escribió en su día Antonio Gala respecto del amor y el aire —y yo lo aplico aquí al perfume y a la luz—, son elementos incorporales que no pueden medirse, solo respirarse. Razón por la que nunca podría haber exceso, ni apetito desordenado.

El resto de las reflexiones del Profeta se refieren al espacio físico en donde se come y se bebe y a los actos necesarios para procurarse la comida y la bebida. En cuanto al lugar, nos exhorta a que convirtamos la mesa en un altar o ara que sierva no tanto para comer y beber cuanto para la celebración del rito del sacrificio “de los puros y los inocentes del bosque y la llanura por aquello que de más puro e inocente hay en el hombre”.

Y sobre el acto de sacrificar a la pieza que se va a comer, habla de su carácter ritual, ya que anima a que le recordemos al animal que también nosotros seremos inmolados por el mismo poder y serviremos de alimentos a otros. Concluye este punto diciendo que la sangre del animal sacrificado y la del que lo mató “no son más que la savia que alimenta al árbol del cielo”.

Sus últimas palabras son, más que para el acto de beber, para el viñedo y la viña. Nos alienta a que “en invierno, cuando saquéis el vino, que haya en vuestro corazón una canción por cada copa; y que haya en la canción un pensamiento por los días otoñales y por los viñedos, y por el lagar”.

Fijándonos ahora en el significado completo de la palabra “gula” el acto mismo de comer y beber pasa de constituir un acto necesario a convertirse en un vicio por el hecho de hacerlo con exceso y con un apetito desordenado. Y por aquí surgen los problemas porque ¿cuándo puede entenderse que hubo exceso en la comida o en la bebida? El exceso ¿tiene solo que ver con la cantidad ingerida o guarda alguna relación con el tamaño y el peso del que come y bebe? Y, finalmente, ¿se debe relacionar el exceso con el apetito del sujeto de tal modo que se excede menos el que aun comiendo más solo responde al nivel de su apetito? Todas estas cuestiones no son fáciles de responder porque la ingesta calórica correcta siempre va a depender de cada persona, tal como señala la Fundación Española de Nutrición, la cual apunta que las necesidades nutricionales varían según la edad, el sexo y el estado de salud. A lo que cabe añadir que para conocer la necesidad energética de cada persona de manera más exacta hay que tener en cuenta 2 factores: el metabolismo basal y la actividad física.

Sentado lo que antecede, no creo equivocarme mucho si afirmo que todos sabemos, más o menos, cuando nos excedemos en la comida y en la bebida y hasta cuando nos impulsa un apetito desordenado. Pero extraer la conclusión de que en esos casos procedemos con gula, me resulta difícil de admitir. Me convence más lo que me dijo un amigo sacerdote que, por lo mismo, estaba muy impuesto en la cuestión de los pecados. Al preguntarle cuándo se incurría en la gula me respondió que cuando se comía y bebía hasta perder el sentido. No es una frase poética, pero me parece que fija con bastante precisión lo que es el pecado de la Gula, que —y esto es una opinión personal— creo que se comete poco.