La Opinión de A Coruña

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Los escritores eligen adjetivos, títulos para sus novelas, metáforas, sinécdoques o argumentos. También eligen vientos. Hay escritores de la tramontana, escritores del siroco, del terral, de los alisios y escritores que mandaron pronto todo a tomar viento y se suicidaron. Un grupo de escritores coetáneos con rasgos en común podría llamarse un viento. Un viento literario. Pero se llama generación. Hay generaciones que les da el viento y otras que sufren una guerra, una pandemia, una crisis económica o todo a la vez. No faltan los escritores aventados ni aquellos a los que su prosa o poesía se la lleva el viento. Tenemos a los que el adviento les inspira y llegan a la Navidad con unas tochos escritos con los que deslumbrar al mundo. Al librero y al lector.

La literatura necesita una novela en la que todos los personajes lleven nombre de viento. El solano mató al ábrego y se fugó con la galerna. Pero los detuvo un huracán.

Conozco gente a la que la literatura se la sopla, lo cual es una forma de emitir viento. Un viento no literario, soplar, pero al fin y al cabo una contribución a la humanidad. Hay escritores que aprovechan el viento para hacer windsurf y escritores a los que el viento se les lleva la inspiración. La inspiración a veces sopla al oído y en otras ocasiones se monta en la tabla de windsurf y entonces es mala cosa porque surgen las ideas pero no estás delante del ordenador; estás en lo alto de una tabla, mojado y lejos de la orilla. Quién se pasa la vida entre poniente y levante se pierde el mistral y se puede volver un poco nacionalista. De ahí a afirmar mi viento es mejor y superior al tuyo va un paso. Un mal paso. Un paso que no te lleva viento en popa.

El lebeche es un viento del suroeste que viene bien para el final de un artículo escrito sin aspavientos. El viento riza un poco las olas de este mar que observo desde donde escribo. La brisa es la hermana simpática del viento. Abro la ventana y la dejo pasar y se me cuela entre estas líneas. Me roba un adverbio y se va.

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