La Opinión de A Coruña

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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

El fin de la era de la ambición

El triunfo ha sido la medida de todas las cosas, incluso o especialmente para quienes en apariencia se oponían a triunfar. Dos años en chándal sin salir de casa, acorralados por un pavoroso microorganismo, han decretado el fin de la era de la ambición. Perseguir el éxito es tan absurdo como negarse a participar en una competición que simplemente se ha dejado de lado. El cambio cultural procede de Estados Unidos, al igual que todas las modas. Allí lo han bautizado como “la gran dimisión”, y se traduce en decenas de millones de personas que se han desenganchado de la noria laboral, mientras dispongan de unos miles de dólares de supervivencia y de un rifle de repetición.

Hacer carrera ha perdido el sentido, una obviedad en las profesiones sin ningún futuro pero que se propaga incluso a los nichos privilegiados. Cuando el camarero piensa que debería estar sentado a la mesa, o en un banco del paseo mirando al infinito, se ha quebrado el vínculo sagrado. Qué ocurrirá si las cifras del paro corresponden a trabajadores exiliados voluntariamente, y que desafían las estructuras piramidales al excluirse. Conviene precisar que se trata de un fenómeno que golpea sin distinciones de edad. Incluye a los veinteañeros que se niegan a ser carne de cañón para la hostelería, pero también a los cincuentañeros que se han jubilado en masa durante la pandemia, sacrificando una cuota de sus pensiones. La incertidumbre es preferible a retomar la rutina del hámster.

La huelga de brazos caídos no procede de la reflexión sino de la intuición colectiva, aunque tiene las mismas consecuencias que si obedeciera a un plan. La dimisión tampoco persigue un enriquecimiento personal, no ha cursado con una explosión de los mercados culturales. El ensimismamiento se ha impuesto a la atracción por las oficinas con aire acondicionado, y por los urgentes WhatsApps laborales de madrugada. El mercado no puede sobrevivir con una cantidad tan elevada de desafectos que imponen sus condiciones. Como expresaba el precursor Guy Debord, “se necesita un gran talento para no trabajar nunca”.

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