La Opinión de A Coruña

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Juan José Millás

El trasluz

Juan José Millás

Me libro por los pelos

Mi vecino de asiento, en el tren, habla por teléfono con alguien al que le dice que ha conseguido alquilar una habitación de su piso para ayudarse a pagar la hipoteca. A una pregunta de su interlocutor, responde bajando la voz:

–A un policía.

Intuyo que el otro (o la otra) se escandalizan, porque enseguida añade en tono de disculpa:

–No me enteré de que era policía hasta después de haberle dicho que sí. ¿Qué quieres que hiciera?

Luego, al observar mi interés en el asunto, abandona el asiento y sale a la plataforma.

Trato de imaginarme la situación: el dueño del piso ha cometido un crimen. Quizá no se ha desprendido todavía del cadáver. Tal vez lo tenga debajo de la cama, quizá en un armario, envuelto en plástico, de forma que no huela al descomponerse. Aun así, resulta muy comprometedor haber metido en casa a un agente de la ley que podría encontrar rastros del crimen en la cocina o en el cuarto de baño. Durante las próximas semanas, la convivencia, en ese piso, resultará inevitablemente tensa. Imagino al policía y al arrendador viendo juntos la tele. Cada vez que en el telediario aparezca la noticia de un desaparecido (o una desparecida) el propietario de la vivienda se pondrá pálido.

–¿Te pasa algo? —le preguntará el agente.

–No, nada, me ha impresionado la noticia.

“Idiota, no deberías haber dicho eso”, le reprocho mentalmente; “si te ha impresionado, es porque estás implicado en la desaparición. Lo mejor en estos casos es deshacerse del cadáver cuanto antes, envuelto en una alfombra vieja, por ejemplo. Podrías decirle al policía con naturalidad, cuando te vea salir, que vas a tirarla a un punto limpio”.

De súbito, me doy cuenta de que me he puesto sin darme cuenta del lado del asesino, como cuando leo una novela policíaca. En esto, veo venir por el pasillo a un guardia civil y se me pone cara de sospechoso. Por fortuna, pasa de largo. Una ocasión más en la que he logrado no ser descubierto.

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