La Opinión de A Coruña

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José Luis Quintela

Shikamoo, construir en positivo

José Luis Quintela Julián

Sobre personas “normales”...

Les saludo en este primer día del mes de junio. Un nuevo miércoles en el que nuestros caminos se cruzan, aunque sea de forma tan sutil como la de habernos conectado por medio de la lectoescritura. Ya ven, hace un par de días construía yo estas ideas, metido en mi mundo, y ahora es usted el que, desde el suyo, me concede el honor de prestarme atención. Como siempre, muchas gracias. A usted se lo debo.

Y es que la vida es un conjunto de interacciones entre unos y otros, a partir de nuestras ideas, sentimientos y hechos. En todo ello vamos encontrándonos, de forma casi estocástica, y también separándonos, en el particular “movimiento browniano” de nuestro devenir. Juntándonos durante segundos, minutos, días o años, quizá para un proyecto, en la vecindad o a lo mejor desde la amistad, y con ello edificando nuestro propio relato y el de los demás. Pero en un ejercicio en el que, a pesar de todo, es imposible ver la vida con los ojos del otro. Era Ortega y Gasset el que aludía a la dramática —en tanto que personal e irrepetible— circunstancia de cada cual, y así es. No podemos calzarnos los zapatos del otro y, consecuentemente, es complejo juzgar por las apariencias o sin conocer de forma amplia las razones profundas de cada cual.

En todo ese esquema, creo que lo más importante es el respeto. Se podrá disentir o no en mil temas, y se podrá llegar a acuerdos en la forma de ver la vida, o quizá no sea posible, pero en entender dónde están nuestros límites creo que está parte del éxito en la convivencia. En intentar comprender al otro, evitando las siempre poco apropiadas simplificaciones, que nunca aportan y siempre terminan lastimando. Tratando de hacer crecer al de enfrente, empatizando con él y de forma generalizada, aunque a muchos de ustedes les parezca extraño lo que les voy a decir, también apreciándole.

Todo ello está poco presente en nuestra vida pública. Y en ocasiones, como en las recientes y lamentables declaraciones del flamante vicepresidente de Castilla y León, mucho menos. Lo habrán visto en los medios de comunicación. Sucedió cuando, hablando de una persona con diversidad funcional, otra parlamentaria autonómica, contraponía su situación a la de “alguien normal”. Algo que no tiene disculpa y que se convierte en muy grave cuando se plantea desde la institucionalidad por quien se supone ha de servir a los intereses de todas y todos.

¿Qué es la normalidad? Miren, no está claro, salvo que uno esté en la tesitura de creer en aquellos mantras de antaño, que todo precisamente lo “normalizaban”, a costa de abortar la más mínima fisura en todo aquello que implicase una apertura a la diversidad de toda índole. Las personas tenían que ser exactamente de una forma socialmente aceptada, en un estándar asfixiante e hipócrita, y se reservaba para ellas un papel determinado en función de sus características personales, incluida la de ser hombre o mujer, o de sus características físicas.. Y, por supuesto, cualquier cosa que se saliese de ahí era vista como una desgracia, como algo extemporáneo, raro o, directamente, anómalo. Clichés, tópicos y compasión mal entendida, en vez de apoyo. Sentimientos de superioridad y lástima, en vez del necesario respeto desde la igualdad.

Pero la realidad de cada uno es mucho más creativa y empecinada que cualquier restricción fruto del convencionalismo o la cortedad de miras. Y, en consecuencia, las personas son siempre capaces de florecer por encima de las barreras mentales propias de los tiempos, los grupos y los individuos. Y, así, la Historia está trufada de buenos ejemplos de personas que, independientemente de sus circunstancias personales, avanzaron y nos hicieron avanzar a los demás. O no, en función de su desempeño y de la suerte. Pero que, en cualquier caso, merecen todo el respeto del mundo, universal para todos los seres humanos. Y faltar al mismo es, directamente, fallar a la condición de ser persona. Es por eso que cualquier individuo es normal, por definición. Otra cosa será la patología física, mental, las limitaciones a su movilidad, sus características psicosociales o cualquier otro rasgo inherente a la persona, que no redunda nunca en tal pérdida de normalidad, sino en algo mucho más operativo y menos esencial: en sus eventuales necesidades especiales, fruto de su circunstancia, a las que habrá que dar una respuesta eficaz. Son cosas diferentes.

Nos jugamos mucho cada día en la búsqueda de una sociedad mejor, y lo que se edifica durante décadas se puede estropear en muy poco tiempo. Por eso es conveniente extremar el cuidado, predicar con el ejemplo y no consentir que, desde la vida pública, se destruyan los puentes entre todos nosotros, que nos dan sentido colectivo y nos refuerzan individual y grupalmente. En aras de una normalidad que se construye con tantas “anormalidades” y diferencias como personas hay sobre la faz de La Tierra...

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