La guerra en Ucrania empieza a perder fuelle en los medios informativos, algo que seguramente ya habrían previsto los dementes estrategas de la invasión. Pero supongo que eso no quiere decir que haya dejado de infligir sufrimiento a miles de personas. Del precio de la luz tampoco se habla ya, ni de las fragilidades de la sanidad pública (los profesionales de la salud sí lo hacen, pero no parece que se los escuche). Del sistema educativo resulta complicado decir nada, porque la propia política (la del lado derecho casi siempre) la enfunda en banderas e ideologías sin el menor criterio intelectual ni humanístico.

Señoras y señores, llega el verano, ese tiempo tibio de la pausa moral. En verano todo va bien, hasta presumimos del descenso del paro y confiamos en que los turistas consigan resarcirnos de la crisis económica en sesión continua que venimos sufriendo desde los lejanos días del pelotazo, instalados siempre en esa negra perspectiva de futuro que vengo escuchando (y padeciendo en ocasiones) desde siempre, desde que salí de la universidad en los noventa y esa gentuza que está en todos los bochinches ya había arramblado con todo.

En verano da igual que la mayoría de los empleos que se generan sean puramente estacionales, precarios, no cualificados. En verano los edificios bombardeados y las calles llenas de tripas reventadas, las caravanas de refugiados, los niños que se ahogan tratando de alcanzar nuestras fronteras marítimas… se ven con cierta distancia, imágenes borrosas del curso pasado. Todo lo malo queda en suspenso hasta septiembre. El verano es una tregua, los periódicos bajan de peso, los chanchullos políticos que han sido la comidilla mediática de este año empiezan a evaporarse (a pudrirse más bien) con el calor de agosto. Los técnicos de comunicación de los partidos saben que la mierda se acumula rápido y que la que más huele es siempre la más reciente, ¡para eso han estudiado! El otoño traerá nuevos escándalos, otros conflictos, reales o inventados, más mierda de la buena, y lo que hoy tanto nos indigna, mañana se lo habrá llevado la marea, los cuatro días de vacaciones o el trabajo caído del cielo gracias a las soleadas costas españolas. Mientras tanto, para ir abonando el terreno y acelerar los procesos de descomposición informativa, hay quienes van soltando ya boñigas veraniegas, como el alcalde de Madrid, que ha tenido el cuajo de decir que el gobierno de Carmena fue el más corrupto de la historia de la ciudad. Este tipo de cosas son las que ayudan al compostaje, no sé si me entienden.

En verano todo vale y nada permanece, pero ¿quién no querría olvidarse de todo por unos días, a la sombra de una terracita, con una cerveza fresca y un buen libro a mano? ¿Tendríamos que sentirnos culpables por eso? De momento no, mientras a mercados e inversores les siga interesando nuestra activa aportación al turismo nacional e internacional, veranear seguirá estando bien visto. Ya se acerca.