La Opinión de A Coruña

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Daniel Capó

Un idealismo saludable

Las encuestas marcan ya el rumbo hacia un cambio de gobierno y Andalucía no hará sino acelerar ese paso de página. En esto consistió finalmente la repolitización de España: en un fracaso tras otro. Si Rajoy era un hombre demasiado conservador para entender el malestar de la época en que le tocó gobernar (un malestar que, visto lo visto, tenía algo de gestación artificial y de escapismo político), a Sánchez se le presuponía el instinto básico de las nuevas generaciones. Sin embargo, al final se ha comprobado que la llamada “nueva política” era más de lo mismo o que, incluso si se prefiere, era peor: más imagen y menos fondo, más clientelismo y menos transparencia, más propaganda y menos verdad. La degradación institucional que hemos sufrido en estos últimos años, oculta bajo la grandilocuencia, no tiene mejor ejemplo que el de un gobierno sostenido con el apoyo de unos partidos a los que se espía por detrás. Por más vueltas que se le dé, hay algo inaudito en este uso de los resortes del poder, cuya traducción última es el descrédito final de la propia política. ¿Para eso llegó a la Moncloa Pedro Sánchez? ¿Para espiar a sus socios? ¿O acaso no sabía quiénes eran?

La nueva política ha pasado tan rápida como las modas: en cuestión de unos pocos años. Deja atrás lo que era un campo abonado para la esperanza y que ahora aparece arrasado por la decepción. El fracaso se mide en la caída de votos, pero mucho más en el agostamiento de los ideales, en su adelgazamiento, sustituidos ahora por el realismo corto del ir haciendo, que eso era el rajoyismo y eso aparenta ser el nuevo PP de Núñez Feijóo: nada de imaginación, nada de sorpresas; pura gestión, seriedad, solidez, etc. Solo que la política no es solo cuestión de saber gestionar, ni de hacerlo bien; aunque quizás también debiera. Cuando tu adversario te ha colocado la pelota en el campo minado de las identidades, un punto más o menos de déficit no sirve de respuesta.

Mientras Sánchez se empeña en vendernos una credibilidad que ya no tiene y sus socios ofrecen un mensaje que tampoco convence por agotamiento, la llegada de un nuevo gobierno en un plazo relativamente breve de tiempo no augura nada distinto. La ensoñación española pasa por no reconocer que, una vez que se voló el pacto del 78, es imposible gobernar un país dividido sin forjar nuevos acuerdos amplios que logren salvar el foso que nos separa. Pensar que se va a lograr detener la actual deriva española con un mero cambio de gobierno es ceder a una ingenuidad que no nos podemos permitirnos tras cuarenta años de democracia. De poco sirve preguntarse si los tics del enfrentamiento empezaron con Aznar o con Rodríguez Zapatero, o si los nacionalistas estuvieron siempre en el enconamiento, cuando de hecho no hay camino hacia adelante que no pase por el perdón mutuo y el reencuentro. Nuestro país no se estabilizará mientras creamos que un partido va a solucionar lo que el otro ha destruido. Al contrario, ningún partido por sí mismo puede salvarnos de la decadencia. Solo lo hará el encuentro y la generosidad, la voluntad y la perseverancia. El único idealismo saludable es un pacto entre el PP y el PSOE que haga posible un nuevo inicio.

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