Galicia recobra el pulso emprendedor perdido en 2020 por el vendaval que supuso la irrupción del COVID, que provocó que muchas empresas dejasen de existir. Dos años después, la pandemia ya no es la principal causa de preocupación, pero sí y mucho la insoportable presión de los precios por el desbocado encarecimiento de las materias primas y de la energía, en otro contexto de máxima incertidumbre por la dramática guerra en Ucrania y sus múltiples consecuencias. Aunque el avance gallego es lento y aún estemos muy lejos de recuperar el PIB perdido en la pandemia, las tasas de supervivencia empresarial llegan al 95% en este primer trimestre del año y se crean más negocios de los que se cierran. Merece la pena que este hecho no pase desapercibido porque, pese a las severas dificultades del momento y las oscuras incógnitas del panorama, se rompe una tendencia negativa de cuatro años consecutivos de decrecimiento en la constitución de empresas. De su repunte conviene extraer, a pesar de las no pocas debilidades existentes, una conclusión relevante: la comunidad, por sí misma, por sus condiciones naturales, por sus posibilidades y oportunidades, por su estabilidad, es un lugar atractivo para trabajar e invertir. Y aún más lo sería si aquellas se subsanasen con una mayor estrategia de complicidad con las empresas.

La Galicia del despliegue autonómico progresó mucho pero entre las muchas asignaturas pendientes permanece todavía agrandada la brecha de la desigualdad territorial. El desarrollo de la Galicia interior precisa de una actualización continua y ambiciosa para no quedarse más descolgada de la urbana. Es necesario corregir las carencias en servicios e infraestructuras entre municipios, particularmente los desfavorecidos y más alejados de la mancha territorial de mayor crecimiento, la concentrada en la fachada atlántica. Fue trenzándose así, mal que bien, una red descentralizada de hospitales, una extensa malla de colegios y centros de salud —pese al preocupante déficit de médicos— y el desarrollo de infraestructuras viarias, aunque en este capítulo persisten agravios injustificables como la carencia del corredor ferroviario de mercancías hacia Europa, clave para una mayor competitividad. También falta la guinda de la banda ancha para muchos territorios del rural, indispensable en los tiempos actuales. Pero no solo escuelas, carreteras, puertos, paisaje, cultura, empatía y simpatía retienen a los pobladores. Los gallegos se establecen donde cuentan con medios para ganarse un sueldo. Y para ello es necesario avanzar y acelerar en políticas para consolidar tejido productivo y ocupaciones.

Por primera vez desde 2008, el número de parados en España baja de tres millones. También en Galicia cayó por debajo de los 150.000 (146.120) cuando desde entonces siempre estuvo por encima. El ritmo de reducción en el caso de la comunidad gallega es, sin embargo, menor al promedio del país, tanto en mayo como en la comparativa interanual con un descenso de casi 19.200 parados, la mitad de la media nacional en términos relativos.

Los porcentajes de supervivencia empresarial de este momento no tienen nada que ver con lo ocurrido tras la aparición del COVID-19 y se mantienen sin apenas cambios en comparación con hace un año. De las 71.690 empresas que operaban en Galicia a principios de este año, el 95% se mantienen en pie, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La comparativa frente al mismo trimestre del pasado ejercicio suma 2.000 sociedades mercantiles más, lo que supone un retorno a los niveles preCOVID con una tasa de supervivencia prácticamente idéntica, unas décimas por encima de la media estatal. Aun así solo se ha recuperado todavía el 60% del PIB perdido en la pandemia.

A la resiliencia contribuye no tanto una estrategia sistemática de captación como una tradición industrial arraigada —pese a la vulnerabilidad de algunas de nuestras industrias y las llagas de una transición acelerada al reto de las renovables en un periodo energético que se presagia oscuro en el continente— así como una mano de obra con buena formación, una calidad residencial, por múltiples factores, difícilmente igualable y también las subvenciones. A eso se suman las posibilidades que ofrecen los centros tecnológicos aquí instalados, las oportunidades de los puertos de interés general para el flujo de mercancías y la capacidad exportadora. Aunque existen importantes deficiencias en muchos frentes por subsanar, Galicia cerró 2021 con un nuevo máximo histórico con el motor a la cabeza aunque de nuevo la falta de productos esenciales como los microchips sigue siendo una grave amenaza. Los resultados generales podrían mejorar con acciones desde la transversalidad que aúnen esas fortalezas y las complementen con un tipo distinto de iniciativas de acompañamiento hacia los emprendedores.

Es necesario profundizar en planes que ayuden a ensanchar mercados y tamaño, a arriesgar aumentando las contrataciones, a proporcionar el empujón en la andadura sin necesidad de perderse en papeleos continuos y en repetitivos trámites. Por separado, cualquier interlocutor social reconoce el papel de la empresa como pilar determinante del progreso gallego, pero ese mismo planteamiento debe ser plenamente asumido como parte del ideario colectivo, de la visión y misión compartida en busca de un objetivo común: empleo abundante, estabilidad y una renta per cápita elevada. Las ayudas y subsidios deben ir dirigidas a aquello que funciona o con visos de hacerlo, y desterrar para siempre el clientelismo. Ni todo pueden resolverlo las administraciones con la manguera del dinero, ni hay sociedad que prospere abandonando a su suerte a los empresarios. Está por ver cómo queda el reparto final que el Gobierno central haga de los fondos europeos en juego, cuántos de ellos captará Galicia y cómo será su aplicación real.

La pandemia, tan destructiva en unos aspectos, generó así en paralelo necesidades inéditas en otros, como las digitales, que se convierten al instante en oportunidades. Y allí donde hay negocio, hay empresa. Sostienen los expertos que las que nacen en momentos de dificultad resisten más que las creadas durante las bonanzas. Para remar en mitad del huracán suelen asentarse de partida sobre cálculos prudentes, estructuras ligeras y previsiones realistas que a la postre les otorgan un plus de solidez. Estamos, pues, ante la necesidad imperativa de mimar y promover la actividad.

Existen herramientas transitorias excepcionales para apuntalarla, aunque muchas no funcionen con la celeridad y el rigor adecuados.

Nadie, y menos tras la dura experiencia de la lucha contra el virus y la agudización de las dificultades económicas globales consecuencia de la guerra en Ucrania, cuestiona el estado del bienestar, un concepto ineludible en cualquier país desarrollado. Hay dos formas de sostenerlo, empobreciendo a los ciudadanos con subidas de impuestos o aumentando los contribuyentes entre los que repartir la carga. ¿Y cómo se amplía el número de cotizantes que tributen para reforzar y potenciar la sanidad, la educación y las pensiones? Únicamente existe una manera: creando riqueza. O sea, creyendo firmemente en las empresas.