La Opinión de A Coruña

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Care Santos

Filosofía de autoayuda

Voy a escribir sobre alguien que nunca leerá este artículo. No le gustan los artículos de opinión, le parecen “sofocantes y bochornosos” (glups). Aunque, por defenderme, diría que mis artículos, más que de opinión son de duda, de perplejidad o de alegre celebración, como este. Pero qué importa.

Hoy vengo a hablarles de un filósofo llamado Jorge Freire al que sigo desde hace años. Exactamente desde que publicó, hará poco más de un lustro, una biografía de mi muy amada Edith Wharton, y corrí a leerla, claro. Me sorprendió su juventud (es nacido en 1985), me encandilaron su minuciosidad documental y la sabiduría con que se aproximó a la autora y me divirtió su tono frondoso, marisabidillo, de ratón que ha crecido de biblioteca en biblioteca, de joven envejecido por la palabra ajena (lo digo como un cumplido). La cultura como lector de Freire es tan incuestionable como su desfachatez al esgrimirla. Aunque cómo se va a ser filósofo en los tiempos que corren sin ambas cosas.

Mi historia con Freire ha seguido. Con su permiso, voy a llamarle Jorge, como si hubiéramos cenado juntos alguna vez, porque le he leído tanto que es como si lleváramos años conversando. Cuando se hizo con el Málaga de ensayo con un libro sobre nuestra eterna condición de impacientes, titulado Agitación, confirmé mis mejores sospechas: Jorge ve la vida desde la literatura, y así la cuenta y la interpreta, para suerte de aquellos que también leemos y que además le leemos. Subrayé profusamente aquel libro, que contiene perlas como esta: “Al agitarse uno se mueve, pero no avanza”. En aquel trabajo estaba la larva de lo por venir.

Y aquí quería yo llegar. Jorge —¡hurra!— tiene libro nuevo. Lo publica Deusto. He dedicado los últimos dos días a devorarlo. Lo he disfrutado y admirado. Ahí está el filósofo redicho que tanto me gusta, el que hace del lenguaje su festín particular, el que admira a lo largo y a lo ancho de la literatura universal, el que debe de tener kilos de cuadernos repletos de citas y notas de lector, el que sabe ponerse profesoral sin dejar de ser contemporáneo y divertido, el que conjuga el sentido del humor con Nietszche o Epicuro. No conozco a ningún autor que haga tales mayonesas. Por lo menos, sin que se le corten.

El libro se titula Hazte quien eres. Un código de costumbres y es una suerte de manual filosófico-literario para mejorarse uno mismo, apuntalado sobre las palabras de grandísimos escritores de todas las épocas. Una especie de estilizado manual de autoayuda filosófica. No se ofendan por el tono: a veces el autor nos regaña, con argumentos y pasión. Otras, se divierte a nuestra costa. Es un libro inteligente y revolucionario, que advierte de los peligros de no dudar, de querer agradar, de no escapar del rebaño, de enfadarse por todo o de desear ser siempre empático. Debería ser lectura obligada para la clase política, pero también para muchos otros. Y termino, yo también, con un consejo: dejen de perder el tiempo con esta columna —sea o no sofocante y bochornosa— y lean al filósofo de la literatura destilada.

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