Hola. ¿Qué tal les va? Pues aquí estamos, ya casi en las puertas del verano. Días importantes para muchos estudiantes que acaban de terminar el Bachillerato, y que en este mismo momento en el que usted me lee puede que estén enfrascados en sus exámenes de las pruebas de acceso a la Universidad. A todos ellos les deseo mucho éxito en tal trance y mucha vida y conocimiento en la fantástica etapa que ahora se les abre, sea cual sea su opción entre las muchas que pueden elegir.

Yo ando estos días en otras cuitas, abordando los últimos flecos de las intensas tareas que me han ocupado este curso que termina. Entre las que más he disfrutado, se lo aseguro, está el Club de Lectura Científica del IES Agra do Orzán. Allí, con un grupo de profesores y alumnos bien interdisciplinar, tuvimos la oportunidad de diseccionar, desde diferentes puntos de vista, La isla misteriosa, de Jules Verne. Quizá uno de mis libros de cabecera, al que acudo cada poco, y que esta vez he podido disfrutar en una incursión profunda, en buena compañía, en la mente del que fue visionario de épocas futuras. Pero hubo más, porque acabada la revisión y el debate semanal sobre la que es probablemente la obra maestra del escritor de Nantes, apostamos por algo mucho más cercano pero, al tiempo, de importancia universal. Nos embarcamos con Isabel Zendal y el doctor Balmis en otra historia maravillosa. Real esta vez, pero digna de la imaginación de Verne, o incluso superándola. Nos fuimos con ella a expandir la vacuna de la viruela por el mundo, en aquellos tiempos en que la misma producía dolor, sufrimiento y también muerte.

Y digo una historia cercana porque, ya saben, Zendal era coruñesa. Y el Hospital de Caridad donde ella era rectora, y que tuvo un importantísimo papel en la expedición científica, estaba también en la ciudad. Es más, yo mismo estudié allí... Bueno, me explico. No en el Hospital, que hace tiempo que ya no está. Pero sí en el Instituto Ramón Menéndez Pidal, en Zalaeta, donde tuve la suerte de cursar B.U.P. y C.O.U., edificado sobre los terrenos de la que en su día se levantaba tal institución. Y es que la calle Hospital se llama así por algo…

De entre las estupendas obras que glosan la gesta de Balmis y de Zendal, nos decantamos también por una en clave próxima. Tanto, que está escrita en galego, de la mano de la periodista y escritora María Solar. Una obra, Os nenos da varíola, que se centra de forma novelada en los preparativos de un viaje que cambió las vidas de todos sus protagonistas, que en la mayoría de los casos no volvieron por aquí. La lectura del libro y la reunión semanal para comentarlo nos sumergieron en una realidad bien distinta de la actual, con un desarrollo humano y sanitario mucho más bajo, pero donde mentes preclaras y personas generosas hicieron mucho por los demás. Tanto como contribuir a la erradicación de la única enfermedad vírica desterrada oficialmente, de cuyo patógeno solamente quedan unas pocas muestras, guardadas bajo siete llaves, por si alguna vez hiciesen falta.

En tiempos en los que la viruela del mono está en todos los tabloides y concita el interés de la opinión pública, es verdaderamente interesante leer sobre una enfermedad prima hermana que un día supuso un problema, y que después fue superada. Es un ejemplo que pongo a menudo a los estudiantes para ejemplificar lo importante que es el conocimiento, la cultura asociada a él, y la búsqueda de la excelencia en lo académico y en lo profesional. Hubo vacuna de la viruela, en su día, por el empeño de su descubridor, Edward Jenner, y otros investigadores y clínicos. Y hay vacuna de la COVID-19 porque hay capacidad de modelar nuestras propias condiciones y entorno, y porque la actividad investigadora sigue avanzando. Ese es un buen punto de partida y espejo en el que los chicos y chicas que hoy abordan las pruebas de acceso a la Universidad, con los que abría este artículo, pueden poner sus expectativas. Es verdad que vivimos en un país donde en general la ciencia no se toma demasiado en serio, sobre todo en lo tocante a los recursos dedicados a ello, pero en el que sí que hay determinadas perlas que relucen. En una mayor concienciación social sobre la importancia de estas actividades está el camino para que las cosas sean de otra manera en el futuro, de forma que podamos traducir en más recursos, más resultados prácticos tangibles y más patentes una mayor cantidad de los esfuerzos que hoy hacen muchas personas involucradas en la ciencia.

Mientras esto ocurre, sigo pensando en Isabel Zendal, en su Hospital de la Caridad y en esa apasionante travesía a bordo del María Pita. Una gesta no suficientemente recordada y reconocida, con la que hemos disfrutado y con la que creo hemos transmitido a los estudiantes esa emoción. Les recomiendo encarecidamente la obra de María Solar, y también la de Javier Moro, A Flor de Piel, así como la de Almudena de Arteaga, Ángeles Custodios. Todas ellas abordan, desde diferentes puntos de vista, una historia increíble... La historia de vida de quienes, sin duda, cambiaron para bien el curso de muchas vidas.