La Opinión de A Coruña

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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

Fuertes críticas al canciller alemán por hablar con el enemigo

El canciller federal alemán, Olaf Scholz, es blanco de las más duras críticas su país y en la propia Unión Europea por haber osado hablar por teléfono, junto al presidente francés, Emmanuel Macron, con el autócrata del Kremlin.

Según cuentan los medios germanos, que citan a la primera ministra estonia, en la última cumbre de la UE se produjo un acalorado debate sobre la oportunidad de esas conversaciones que supuestamente rompen la unidad europea frente al agresor.

El primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, es uno de los críticos más furibundos de cualquier intento diplomático al punto de haberle preguntado retóricamente al alemán si “negociaría con Stalin o Hitler”, dos dictadores que invadieron su país.

Pocos parecen recordar que en los peores momentos de la Guerra Fría, como ocurrió con las invasiones soviéticas de Hungría o Checoslovaquia o con ocasión de la crisis de los misiles con Cuba, hubo siempre algún canal de comunicación abierto.

Uno puede entender la especial animadversión, por no hablar de odio, que Rusia provoca en algunos países del Este de Europa, como es el caso de Polonia o los bálticos, donde por cierto viven importantes minorías rusas sometidas a trato discriminatorio.

Pero nada más peligroso, en opinión de este columnista, que, pese a que pueda resultar entendible para muchos por la brutal invasión de Ucrania por el país vecino, la rusofobia se convierta en doctrina oficial de Bruselas.

La lógica de la guerra se ha impuesto últimamente a la diplomacia, lo que no es precisamente tranquilizador cuando se tiene enfrente a una potencia que se siente ciertamente humillada, pero que cuenta con un poderoso arsenal nuclear.

Un país del que el fallecido senador republicano y aspirante a la Casa Blanca John McCain dijo en su día despectivamente que era solo una gasolinera con el arma atómica, algo que luego repetiría el alto representante de política exterior y seguridad de la UE, Josep Borrell.

Que la propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, que parece cada vez más “la voz de su amo”, digan que es posible el triunfo militar de Rusia sobre Ucrania no parece ayudar a encontrar una solución.

Toda salida al conflicto que pueda ser interpretada en Rusia como una derrota solo llevará a una cada vez más peligrosa escalada a menos, esto es, que se produjese una rebelión contra Putin dentro del Kremlin, como desean muchos, pero que se antoja poco probable.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, que parece sentirse como una nueva Juana de Arco, exige cada vez más armas de los países de la OTAN para la defensa de su país, y todos parecen seguirle por esa vía.

El propio presidente norteamericano, que es quien lleva la voz cantante por parte de Occidente en esta guerra, escribió en el diario The New York Times que cualquier negociación con Ucrania reflejará la situación en el campo de batalla.

Lo cual significa que se seguirá apoyando militarmente a Ucrania hasta que Putin entienda por fin que no tiene más remedio que ceder, aunque algunos, como el canciller federal alemán o el presidente francés sigan abogando a la desesperada, y hasta ahora sin éxito, por el diálogo.

El propio Scholz tiene no solo a unos socios de coalición especialmente beligerantes frente a Putin como los Verdes, cuyo ecopacifismo ha pasado a la historia, y los liberales, sino también a una oposición cristianodemócrata que también pide guerra.

Como la pide el premier británico, Boris Johnson, mentiroso y halcón donde los haya, que está perfectamente alineado con Washington.

Uno se pregunta qué dirían de todo esto líderes de anteriores generaciones alemanas que tuvieron que hacer frente al comunismo soviético, como Willy Brandt, Helmut Schmidt, Helmut Kohl o la propia Angela Merkel, refugiada últimamente en el silencio.

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