El triunfo del tenista Rafael Nadal en el torneo de Roland Garros (con anterioridad ya lo había ganado otras catorce veces) ha resucitado el empleo de la palabra “extraterrestre” en el relato de la hazaña deportiva. Un uso impropio porque no está probado que habitantes del ancho universo existan en una forma parecida a la de los humanos, y tampoco que, en caso de existir, sepan jugar al tenis o tengan afición a ese deporte. La prensa deportiva, que es sabia en la exageración de sus contenidos, suele recurrir a las hazañas de los héroes, o de los dioses antiguos para ponderar las actuaciones de los atletas.

El boxeador Joe Louis, campeón del mundo de los pesos pesados, fue conocido como el bombardero de Detroit por la potencia de sus golpes; Paco Gento, extremo izquierdo velocísimo del Real Madrid, como la Galerna del Cantábrico porque cuando se desataba lo arrollaba todo a su paso; Alfredo Di Stéfano, delantero centro argentino del mismo club y considerado uno de los tres mejores jugadores de la Historia, fue rebautizado como la Saeta Rubia por sus soberbias facultades físicas y técnicas que le permitían defender su portería y luego transitar hacia la del equipo contrario para acabar marcando un gol en la misma jugada. A su mismo nivel cabe citar a Edson Arantes do Nascimento, fantástico futbolista brasileño más conocido como O rey Pelé.

Cambiando de actividad, el ejercicio memorístico nos lleva al llamado “planeta de los toros” donde hay abundancia de sobrenombres. El torero rondeño conocido como El niño de la Palma era el padre de otro torero, Antonio Ordóñez, muy literaturizados los dos por el escritor norteamericano Ernest Hemingway, que los seguía por las ferias. De parecida estirpe fue otro matador de toros, Curro Romero, que hizo famoso el apelativo de el Faraón de Camas. Pero volvamos a la gloriosa resurrección de la palabra “extraterrestre” tras la victoria de Rafael Nadal. Su utilización por la prensa deportiva se remonta a la etapa apabullante de los sucesivos triunfos de Miguel Indurain en el Tour de Francia, en el Giro de Italia, en la Vuelta a España y en otras competiciones de menor importancia. Durante una decena de años el mocetón navarro lo ganaba todo y más hubiera ganado si hubiese empezado antes (creen algunos expertos) en vez de ser escudero de Pedro Delgado, otro campeón español que daba espectáculo en las etapas de montaña. Así pudo haber sido, pero Miguel Echarri, que era el patrón del equipo, tenía otra programación de la temporada. En aquel tiempo se creía que los grandes ciclistas cuajaban a partir de los 27 años, y que darles protagonismo antes podía reventarlos precozmente. Todo eso debían de ser manías porque en la actualidad se da el caso de que entre los ganadores de las rondas de tres semanas figuran jóvenes veinteañeros. Los años de predominio de Indurain dieron enormes satisfacciones a los aficionados españoles. Hasta el punto de que un humorista famoso, Forges, publicó una viñeta en la que podía verse a un alicaído aficionado al fútbol cantando para sus adentros “Indurain, Indurain”, que era algo así como el ángel vengador de todas nuestras derrotas.

Nadal no es un “extraterrestre”, simplemente es un extraordinario atleta con aspecto de buen chico.