La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Mejor que no renuncie el Papa

Anda algo agobiado de años y achaques el papa Francisco, que últimamente da en hablar sobre asuntos mundanos para asombro de no pocos fieles y hasta descreídos. Si hace un mes criticaba la mala lengua de las suegras, ahora la ha tomado con los viejos que, para no parecerlo, recurren a maquillajes y operaciones de cirugía estética. Más o menos ha venido a decir que la arruga es bella, en sintonía con el eslogan popularizado hace algunos decenios por el modista Adolfo Domínguez.

A estas singulares incursiones en materias de orden más vecinal que teológico se suman sus problemas de salud, que le han obligado a cancelar un viaje a África.

De esto último, aunque no de lo anterior, deducen algunos expertos en temas vaticanos que el Papa podría estar considerando la posibilidad de una renuncia a la silla de San Pedro. El pontífice al mando ya dijo en anteriores ocasiones que no está por la labor; pero ya se sabe que en estos casos nunca se sabe.

Precedentes hay: y muy cercanos. Su antecesor, Benedicto XVI, se había adentrado también en curiosas disquisiciones teológicas, meses antes de declinar el cargo para convertirse en emérito. En vísperas de su renuncia al papado, el alemán Ratzinger desmintió en un libro sobre la infancia de Jesús la existencia del buey y del asno en el pesebre de Belén.

La expulsión del buey y el burro que vivían como okupas en el portal fue una decisión muy comentada entonces entre los belenistas y no solo ellos. Quizá esta clase de teologías alarmasen entonces a la curia romana; o puede que, simplemente, a Benedicto le pesaran ya los años. El caso es que no tardó en dimitir, por así decirlo.

No parece que vaya a ocurrir lo mismo con Francisco, digan lo que digan los chismorreos de algunos diarios romanos. Más que nada porque su renuncia acrecería a dos el número de Papas eméritos, que sumarían tres con el sucesor. Un numero acaso excesivo incluso para un Estado devoto de las trinidades como el Vaticano.

Peor aún que eso, aunque casi nadie quiera mentar la bicha, es que Francisco vendría a ser el último Papa de acuerdo con las predicciones de San Malaquías. Hace ya nueve siglos que ese arzobispo de Armagh, en Irlanda, profetizó que habría 111 Papas desde Celestino II (siglo XII) en adelante. Una vez agotada la nómina, vendría Pedro el Romano para poner fin a la dinastía apostólica, tras lo cual Roma sería destruida “y el Juez Terrible juzgará al pueblo”.

Sobra decir que el Papa 112 y último de la lista sería el actual, según los cálculos del cenizo de Malaquías. Felizmente, la profecía fue reputada de falsa por un jesuita francés, por el padre Feijoo y por otros eruditos; pero aun así hay razones para la inquietud de feligreses y ateos.

Nótese que la propia Biblia sugiere que los jinetes del Apocalipsis comenzarán a cabalgar justo antes del fin del mundo, precediendo y anunciando su llegada. Casualidad o no, en los dos últimos años el planeta ha padecido la peste en forma de pandemia y una guerra en la que uno de los contendientes —que encima es ruso— habla con soltura del empleo de armas atómicas. Y, por último, aunque quizá no lo último, aparece en el horizonte el jinete del hambre, como resultado del conflicto de Ucrania.

Son razones suficientes para que Francisco se mantenga en el papado. Por si sí o por si no fuese cierto lo que dice Malaquías, mejor que el Santo Padre no renuncie.

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