Buenos días. Se les saluda en esta nueva edición del periódico, en este 15 de junio. Espero que todo les vaya fenomenal, como siempre. Y aquí estamos, dispuestos a diseccionar otro trocito de la actualidad, desde mi punto de vista, para compartirlo con ustedes. A partir de ahí, es suyo, para que completen y enriquezcan estas ideas con su propia visión, las enmienden en su totalidad o las aprovechen. Suyas son.

Y hablando de actualidad, seguimos ahora en este largo epílogo del curso, debido a las nuevas normas que han adelantado el final del mismo y planteado un nuevo tiempo de ampliación y refuerzo, que se desarrolla en estos días y que terminará el próximo 22 de junio. Ya hablaremos de eso alguna vez. Pero hoy, centrados en tal cuestión, quiero abordar otra también en el candelero, y que me parece preocupante.

Les hablaré de atajos o, lo que es lo mismo, de personas que buscan un camino más fácil, más sencillo, alternativo al esfuerzo. Les hablaré de fraude. Trataré aquí de quien no sigue las reglas, adaptando la realidad a sus propias querencias e intereses, por encima de todos los demás. Les hablaré de quien a solo le importa sí mismo, sin creer en las reglas. Sí, hoy quiero hablar con ustedes de las personas que han intentado copiar en las ABAU, la antigua selectividad, tal y como ha recogido la prensa de estos días.

Y es que miren, hablar de eso es lo mismo que hacerlo de falta de empatía, de no considerar en absoluto a los demás. De saltarse cualquier normativa que implique convivencia. Y, por supuesto, de ser candidato a una importante sanción. Y es que creo, sinceramente, que no puede ser de otra forma. Hay alevosía en quien, sabiendo que eso está meridianamente prohibido, saca un dispositivo móvil o emplea un “pinganillo” o método similar para tomar un atajo. Un camino distinto al adecuado. Al normativo. Una pena.

Hablaba yo de estas cuestiones hace un par de días con un grupo de personas y, fíjense ustedes, en el mismo alguien le quitaba importancia a la cuestión. “Raro es el que no ha copiado alguna vez en un examen”, decía alguien, en ese ejercicio tan habitual de proyectar hacia los demás las carencias propias. Pues no. No es raro. Hay personas a las que tal situación nos produce tal rechazo que, para nosotros, sería literalmente imposible hacerlo.

En la escuela hay que educar. Transmitir conocimientos, pero también educar. Y perdonar o pasar por alto tal comportamiento es lo más diametralmente opuesto a hacerlo. No. Es importante saber aportar a los más jóvenes una cultura de responsabilidad. De asunción de las consecuencias de nuestros propios actos. Porque, si no es así, flaco favor le estaríamos haciendo a su educación. Y, por eso, no es de recibo que alguna voz justifique ese tipo de acciones o solicite clemencia ante la expulsión inmediata de las pruebas.

Tenemos que creernos nuestra propia sociedad. No vale la barra libre. No la sustitución de lo que hemos entendido que es mejor para todos, aunque no sea óptimo, por lo que a cada uno le dé la gana. Y los exámenes, que tienen mil y una limitaciones y que en modo alguno reflejan la capacidad o la preparación de las personas, tienen difícil sustitución para el propósito de la selección para la Universidad. Pero, en todo caso, ese es otro debate. El de ahora es el de la cultura del atajo, del “hago lo que quiero porque lo valgo”. Conductas que encontramos en otros mil ámbitos, incluido el de la peligrosidad en la carretera o el del fraude en los impuestos, y que tenemos que intentar cambiar.