Inestabilidad laboral, escaso poder adquisitivo, dependencia de la familia y residencia en el hogar paterno. Estos son los rasgos que, por desgracia, caracterizan a la mayor parte de la generación actual entre los 16 y los 29 años. Las sucesivas crisis no han hecho más que agravar los obstáculos, empeorando las condiciones de este grupo y convirtiendo a sus miembros en el saco de casi todos los golpes. Son los grandes olvidados de las medidas de recuperación y los sufridores silenciosos de la ausencia de oportunidades. A muchos, en las condiciones de debilidad económica actuales, ni siquiera un salario mensual les permite levantar el vuelo por su cuenta. El último informe del Consejo de la Juventud de España nos lo recuerda. Sus conclusiones respecto a Galicia son abrumadoras.

Los jóvenes gallegos, además de un bien escaso, son un tesoro. A los mejores se les reconoce cada año con los premios extraordinarios de ESO, bachillerato, enseñanzas artísticas y de FP de grado superior. No faltan en esa lista casos de superación mayúscula en situaciones de pérdida familiar o de severas adversidades de salud. Una alumna a la que se le diagnosticó un tumor en pleno curso logró acabarlo con brillantez a pesar de afrontar la extrema sacudida de la enfermedad. Con esfuerzo y trabajo, sin desfallecer se demuestra una vez más que la educación rompe fronteras físicas y mentales: no existe otro valor tan decisivo para el progreso personal y comunitario.

En todos los centros podrían relatarse historias de empeño y superación, valores muy denostados en los actuales tiempos por esa falacia igualitaria de la corrección política que lleva a concluir que ensalzar el mérito de uno significa desincentivar al resto. Debería ocurrir lo contrario. Conocer y realzar ejemplos contribuye a construir el espejo en el que mirarse en busca de estímulos inspiradores para que nadie renuncie a alcanzar sus más elevadas metas. Quien quiere puede, aunque le cueste.

Las generaciones que empujan por detrás valen la pena. Desconcertada la sociedad por la ruptura de una época, las aleja injustamente del foco de sus preocupaciones. Si el estallido de la burbuja inmobiliaria ya mermó las expectativas de la cohorte llamada a tomar las riendas, el COVID acabó por hundirla otro escalón, obligando a esas personas a luchar en peores circunstancias que durante la crisis de 2008.

Solo el 15% de los menores de 30 años gallegos se independiza hoy de sus padres, un porcentaje por debajo del anterior a la emergencia sanitaria. Únicamente treinta y uno de cada cien encuentran empleo frente al 38% del promedio estatal, y entre los que lo logran, el 64% acumula contratos temporales, una magnitud al alza y casi diez puntos superior a la media nacional. Quien desee emanciparse y sostener un hogar de forma autónoma necesita dedicar a la vivienda el 82% de sus ingresos. Los datos están extraídos del último informe elaborado por el Consejo de la Juventud de España.

Lo mejor que puede decirse de este grupo al que le toca navegar en mitad de una tempestad dantesca es que sus integrantes no permanecen parados lamiéndose las heridas. La forma en que esta generación inquieta, con ganas de comerse el mundo, se rebela contra su destino es marchándose fuera en busca de los horizontes de prosperidad que aquí no encuentran o prolongando su etapa de formación para avanzar con la mochila repleta de conocimientos. Cualquiera conoce episodios concretos de sobrecualificación, con doctores ejerciendo como conserjes o camareros con licencia universitaria. Encontrar hoy aquí a alguien que no cuente con un familiar o amigo trabajando fuera resulta una rareza. Y muchos emigrados retornarían sin dudarlo si hallaran en casa un puesto adecuado porque en calidad residencial nadie igual lo que les ofrece esta tierra.

Solo en el último año casi 2.700 gallegos menores de 30 años con titulación universitaria se fueron a trabajar a otras comunidades, según los datos del Instituto Galego das Cualificacións. Son el doble de los que llegaron a Galicia de otras regiones en ese rango de edad y con igual formación. También hicieron las maletas otros 3.300 licenciados de la franja entre los 30 y 40, igualmente más del doble que los que entraron. Falla la captación y la retención de talento, que depende en gran medida de que las empresas puedan ofrecer seguridad, continuidad, proyección laboral y unos salarios acordes con el talento de los recursos humanos. Las que reúnen estas características son insuficientes para absorber la oferta de trabajo cualificado. Y no hay otra manera de conseguirlo, de progresar, más que creando y repartiendo riqueza.

Como alertan los expertos, si los trabajadores mejor formados migran la productividad de las empresas gallegas y su competitividad será menor. Y en consecuencia la de la economía de Galicia en su conjunto, empeorando con ello sus perspectivas de crecimiento. Una proyección mermada también por un grave declive demográfico que encadena tres décadas con más defunciones que nacimientos. Tanto es así que en el último año las muertes doblan por vez primera el número de partos y sitúan a la comunidad gallega con el peor saldo vegetativo de España desde que hay registros.

Sin un mínimo de estabilidad y garantías nadie se anima a forjar una vida propia. Procurar ambas cosas merece una conjura. Aunque carezcan de la fuerza de otros colectivos con influencia electoral por la trascendencia de cara al voto y antes de que sus síntomas deriven en patología endémica e irreversible, llegó el momento de hacer algo por los jóvenes. Van camino de ser el bien más desaprovechado de Galicia y también su última esperanza.