La Opinión de A Coruña

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¿España está mejor? 

Tanto Vox como Podemos tienen menos votos que los populismos de otras grandes democracias

Para Winston Churchill, la democracia era “el peor de los regímenes posibles con excepción de todos los demás”. Y Fukuyama lo sacralizó tras la caída del comunismo. Pero hoy en muchas democracias el populismo es el gran enemigo que las amenaza. Trump ganó en 2016 y en 2020 intentó que Biden, que había ganado las elecciones, no fuera presidente. En Gran Bretaña, Boris Johnson, para el que el Brexit era la utopía posible, gobierna con mayoría absoluta. En Italia, tras el paréntesis Draghi, la extrema derecha de Giorgia Melloni, puede ganar las próximas elecciones.

Causas de esta marea populista: el descontento porque el bienestar social sufrió el embate de la gran crisis del 2008, la desazón por la globalización que provoca un resurgir del nacionalismo junto a un rechazo a la inmigración que huye de la pobreza, el fin de los mitos de paraísos terrenales que es sustituido por demagogos que predican soluciones simples —e imposibles— a los complejos problemas actuales… La realidad es que el populismo es hoy una seria amenaza a “las grandes democracias con tradición democrática”. En Francia se celebra la segunda vuelta de las legislativas. Las presidenciales las ganó Macron frente a Marine Le Pen, pero ahora el contrincante es Mélenchon, un populista de izquierdas que ha conseguido el liderazgo de toda la izquierda, incluidos ecologistas, postcomunistas y socialistas del antiguo partido de Mitterrand. ¡Increíble! Es como si en España Pablo Iglesias se hubiera merendado —como pretendía en 2015— al viejo PSOE.

Lo normal es que gane Macron, aunque sin mayoría absoluta. Pero lo relevante es que ya en las presidenciales el populismo de derechas y el de izquierdas sumaron bastante más del 50%. Pero la suerte de Francia es que los dos populismos —que coinciden en indignarse por la erosión de los salarios a causa de la inflación y en sacralizar ciertos logros sociales— está dividido por el nacionalismo y la muy distinta reacción ante la inmigración. Y hacer bandera de no tocar la jubilación a los 62 años (Le Pen) o de bajarla a los 60 (Mélenchon) cuando la vida se ha alargado, los maquinistas ya no respiran humo y en Alemania se ha subido a los 67, es perder el sentido de la realidad. Muchos franceses quieren vivir como alemanes y trabajar menos. Como deseo, vale. Como promesa política es populismo poco responsable.

Sólo Alemania —con el acuerdo de todos los partidos de no permitirles entrar en los gobiernos— se ha librado de la amenaza de la extrema derecha que en el 2015 —tras la gran inmigración de Oriente Medio— pareció que desestabilizaría a Merkel. Y en España, aunque no nos guste reconocer nuestras virtudes, el populismo tiene menos fuerza que en otros países. Según el último CIS, la estimación de voto de Vox es del 16,5%. Y Podemos, que al menos en parte es un populismo “melenchonista”, está en el 9,8%. El populismo no sólo está dividido, como en Francia, sino que si pudiera sumar tendría un porcentaje inferior al de Trump, Johnson o sus homólogos franceses e italianos.

Nuestro problema es otro. La alternancia —tras la moción de censura a Rajoy de hace cuatro años— acabó en un gobierno PSOE-Podemos. Sánchez se resistió, pero tras la repetición electoral del 2019, el PSOE sólo pudo gobernar con Iglesias. El Gobierno tiene un balance correcto en la gestión social de la pandemia —y en la desinflamación con Catalunya—, pero ahora sufre un evidente desgaste de materiales.

El futuro no está escrito, pero “el mal español” sería lo que muchos creen ya inevitable: que el PSOE sólo pudiese gobernar con Podemos y que el PP fuera tributario de Vox. Que se necesitara siempre el visto bueno de uno u otro populismo.

No sería normal porque implicaría que el populismo (de derechas o de izquierdas), con bastantes menos votos que en otros países, siempre estaría en el Gobierno.

Conviene abrir horizontes. Alguna cooperación entre los dos grandes partidos no puede ser ni prohibida ni estigmatizada. La UCD y el PSOE, con Carrillo, Roca y Fraga (menos), pactaron la Constitución del 78, la etapa democrática más larga. Quizás los resultados andaluces —sino hay mayoría absoluta— pueden llevar a que el nuevo gobierno de Sevilla no sea de bloque contra bloque. ¿No sería positivo?

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