La viruela del mono, que es lo último que se despacha en materia de epidemias, va a ser eliminada por la Organización Mundial de la Salud. No es que la OMS planee erradicarla a corto plazo, pero al menos quiere suprimir oficialmente el nombre por el que se la conoce, para sustituirlo por otro menos discriminatorio. Algo es algo.

Es de suponer que a los simios no les importen gran cosa estas ofensas, por más que el virus no lo transmitan ellos sino, al parecer, algunos roedores.

Lo que en realidad pretende la autoridad sanitaria es evitar que se asocie el brote de viruela con el continente africano. De hecho, la propia OMS cayó en la indelicadeza de bautizar a dos de las cepas del virus como África Occidental y Cuenca del Congo.

Se trataría de una denominación innecesaria, como inexacta fue hace un siglo la calificación de gripe española con la que se sigue conociendo a la pandemia de 1918. Los investigadores apuntan más bien a que los primeros casos se dieron en un centro de instrucción militar de Estados Unidos, desde donde se extendería el virus a Europa durante la I Guerra Mundial. Otros sitúan su origen en China, que siempre es sospechosa de algo. Quien sabe.

España no participó en aquel conflicto, por lo que su prensa dio mucho más completa información de la epidemia que la de los países contendientes, donde imperaba la censura de guerra. Tanto se habló por aquí de ella, y tan poco en las demás naciones, que a aquella gripe le quedó para siempre el apodo de española. O esa es, al menos, la interpretación más extendida.

Con buen criterio, la OMS quiere evitar ahora que se estigmatice a los países de África, que bastantes problemas tienen ya, sin necesidad de virus añadidos.

Aparte de esas cuestiones de geografía sanitaria, la mentada Organización de la Salud tampoco es partidaria de que se culpe a los animales imponiéndoles nombres de virus. Está feo identificar a estos elementos infecciosos con naciones, continentes o bichos, que ninguna responsabilidad tienen, como es natural.

Algo parecido ocurrió hace ya más de una década cuando a la gripe porcina se le cambió ese nombre por el mucho más aseado de gripe A. Pese a ello, el pobre gorrino, tan esencial en la cocina cristiana de Occidente, no dejó de sufrir una carga añadida de desprestigio. Y ni siquiera las inocentes gallinas se libraron de que a otra gripe se la adjetivase como aviar, o de las aves más o menos domésticas.

Probablemente la OMS haya caído por fin en la cuenta del peligro que tiene apodar a los virus con el nombre de los cerdos, las gallinas o, como ahora sucede, los monos.

Bien pudiera ocurrir que, hartos de que los recluyamos en corrales, les robemos los huevos, los ordeñemos y nos aprovechemos de sus carnes para hacer cocido, los animales de granja —e incluso los de zoo— estén tomando represalias que ni siquiera el visionario George Orwell pudo imaginar en su Animal Farm. Solo en ese caso se entendería que respondiesen con la propagación de toda clase de virus gripales y variólicos a la actitud injuriosa del ser humano.

Felizmente, si bien de forma algo tardía, la OMS ha decidido quitarle el estigma de la última viruela al mono, del mismo modo que antes había desvinculado al cerdo de la gripe. En estas delicadas cuestiones de salud pública, toda cautela es poca.