Les saludo de nuevo, esta vez con este mes de junio casi a punto de salir de nuestras vidas. Y, en estos días, con una celebración que ha ido adquiriendo protagonismo en los últimos años, y que supone una fecha importante en muchas de nuestras ciudades y pueblos. Me refiero a la tradicionalmente conocida como Fiesta del Orgullo Gay, hoy ampliada a otros colectivos resultantes de una visión más amplia del género, celebrada ayer 28 de junio y cuyas secuelas todavía estarán por aquí unos días. Una jornada nunca exenta de polémica aquí y en el mundo, y a la que dedicaré estas líneas, que comparto con ustedes.

Creo en la absoluta vigencia de esta celebración. Y es que, a pesar del enorme cambio de la sociedad en los últimos tiempos en materia de libertades personales, queda muchísimo por hacer. Sigue habiendo problemas, discriminación y hasta violencia basados en el odio al diferente, y en eso el colectivo LGTBIQ se ha llevado muchas veces una de las peores partes. También hoy, en pleno siglo XXI y, si no lo creen, basta que miren ustedes los vídeos de las frustradas celebraciones en Turquía. O, de forma mucho más lacerante aún, que lean sobre lo acaecido en Noruega, donde un tiroteo segó de nuevo vidas, ante el horror colectivo.

En España no podemos decir que eso solamente ocurre en otros lugares, ni mucho menos. Y en Coruña, en particular, tampoco. Acuérdense de lo acaecido hace un año en la ciudad, con una víctima inocente. O de muchos otros episodios que, aunque mucho menos relevantes en cuanto a sus consecuencias, tampoco podemos minimizar o pasar por alto. Y es que hay odios que siguen ahí, y que hay que combatir, educando.

Porque, como en todos los casos de odio —es esto último más que miedo o fobia— la educación es el principal aliado para conseguir una sociedad más inclusiva y respetuosa. Una educación que siempre está en el ojo del huracán, y donde diferentes sectores de la sociedad pugnan por llevarse el gato al agua, con infinidad de leyes mal hilvanadas en el detalle, y con parco consenso en su génesis, que insisten en aligerar contenidos. Pero una peor o más incompleta educación es siempre un factor de riesgo importante para converger en un mayor riesgo de abotargamiento, de búsqueda de lugares comunes y de recurso al tópico. Algo grave, porque el desconocimiento y la falta de rigor están presentes siempre en todo tipo de discriminación.

Todo ello se puede aplicar a la comunidad LGTBIQ, al colectivo gitano, a la mujer —en tanto que es objeto de estereotipos y discriminación— o al arquetipo de habitante del mundo rural, entre muchos otros ejemplos. Pero las etiquetas sin bajar al mundo real siempre se confunden, y ligan personas, actitudes, ideas y hechos, casi siempre con pésimo nivel de éxito... Etiquetas que aún existen, y que lastiman y cercenan derechos.

Pero la vida de cada uno es de cada uno, fruto de sus particulares circunstancias, sus sentimientos, su personalidad, su visión de la vida, su experiencia y mil factores más, todos únicos e irrepetibles. Cada persona es una pieza única, tallada y roto el molde, que merece todo el respeto y dignidad. Y es imposible ponerse en sus zapatos.

Hay quien hoy afirma que, en nuestra sociedad, no hacen falta ya este tipo de celebraciones reivindicativas. Yo no estoy de acuerdo. ¿Por qué? Porque, a pesar de todo lo logrado, hay necesidades y características propias del colectivo LGTBIQ, a pesar de su diversidad, que requieren respuestas. Miren, me explico: un día hubo la necesidad de formalizar el contrato civil —matrimonio— entre personas del mismo sexo. ¿Se acuerdan de la enorme polémica y de la gran cantidad de horribles vaticinios que se vertieron desde ciertas posturas? ¿O de los desatinos lingüísticos de más de uno, en torno a la palabra “matrimonio”? Pues hoy todo eso está ya normalizado y consolidado, lo ejerce quien quiere y no tiene mayor vuelta de hoja. Pero, por ejemplo, la necesidad puede estar ahora en tal normalización de la diversidad en las infraestructuras y servicios para personas mayores. Ese puede ser uno de los retos hoy para una comunidad LGTBIQ que, felizmente, va cumpliendo años.

Soy de los que se felicitan por el enorme grado de diversidad que está adquiriendo nuestra sociedad. Y, sinceramente, creo que eso es una riqueza, lejos de las asfixiantes y monolíticas fórmulas surgidas en dictadura.

Pero también estoy seguro de que tal diversidad no se puede construir sobre la base de la indiferencia o la despersonalización del grupo humano, lacra que hoy pesa sobre nuestra sociedad, sino sobre la del respeto. Necesitamos respetarnos, ante todo, y cultivar una cultura de convivencia, armonía y paz social. Algo con lo que ganaremos todos, estoy seguro. Y que ni es flor de un día ni se crea de la nada. Y que, en cambio, se puede destruir en muy poco tiempo si las cosas se hacen mal. Por eso hay que perseverar.

Felices días del Orgullo. Felices días de la diversidad.