Tengan ustedes un muy buen día. Seguimos asomándonos a la realidad que, por lo que parece, viene con tiempo estable y estrés añadido para los ya previamente exiguos recursos hídricos. Háganme caso, no es “guay” que en el fin de semana del Pantin Surf Classic esto parezca California. Y es que no es Galifornia, sino Galicia. Y nosotros y nosotras, rapazolos atlánticos, deberíamos reivindicar una cierta dosis de frío y lluvia, muy nuestros y muy necesarios. Porque si no es así, seguro, tendremos problemas.

¿Qué problemas? Pues un aumento del nivel de insectos autóctonos y habituales por estas latitudes, por ejemplo, como así está pasando. Más plagas para los cultivos, lo que implica menor rendimiento y más carestía. Y un mayor riesgo de que insectos de otros lugares más cálidos vayan extendiéndose a tierras como la nuestra, en principio menos atractivas para ellos. Ya ocurrió, por ejemplo, con las preocupantes garrapatas del género Hyalomma, causantes de la fiebre Crimea-Congo o con la vespa velutina que está diezmando a las siempre beneficiosas abejas o del picudo rojo que se ha cargado cientos de palmeras, por no hablar también del mosquito tigre. Pero hay más por ahí que nos puede incomodar y poner las cosas más complicadas, incluyendo a los vectores del dengue o de la misma malaria que, por si no lo saben, ya fue endémica por estos pagos hace mucho tiempo... En fin, que sin agobiarse ni agobiar, pero reivindicando el frío que nos caracteriza y que, entre otras muchas cosas más, también ha protegido nuestros parajes más singulares de modelos turísticos extremadamente masivos, depredadores e incompatibles con la sostenibilidad.

Así las cosas, el verano va fluyendo. Y, con él, ¡la COVID-19! “¿Cómo, pero qué dice usted, señor Quintela? Si eso es agua pasada”, dirá el otro. Pues no, no y no. Y es que una cosa son los deseos y otra la realidad, como cantaba el magnífico Aute. Y es siempre esta última la que suele estampársenos en la nariz, mal que nos pese. Porque una cosa es lo que queramos, o lo que soñemos, y otra un virus que nunca ha dejado de hacer de las suyas. Y es que pese al maquillaje en las cuentas y todo lo que queramos, es evidente que estamos ya en la octava ola. O quien sabe en cuál. Pero tomen nota de una situación preocupante, con los ingresos al alza, algunos hospitales casi con el cartel de “completo” en unas plantas COVID que fueron redimensionadas a la baja para volver a acometer la normal actividad asistencial, y con las UCIs en el punto de mira.

Ese es el panorama, mientras desde muchos medios de comunicación y gabinetes de prensa se insiste en frases tan poco afortunadas como las que empiezan con un “Tras la pandemia...”, como si esta fuese ya agua pasada. Mientras se nos incita a la asistencia a eventos multitudinarios, desde el Son do Camiño al San Xoán de toda la vida, pasando por el Resu u otros conciertos abigarrados y libres de cualquier cuidado, y mientras el virus, calladamente, sigue haciendo estragos. ¿Que no se lo cree usted? Miren, en ciencia no existe la variable de cuánto cree uno. Eso se reserva para la fe. En ciencia se analizan los datos y estos, a pesar del enorme punto de inflexión para bien que han supuesto las vacunas en los casos de enfermedad grave, siguen hablándonos de un patógeno al alza, con redes de contagios superlativas y un índice de transmisión muy alto.

Sí, ya sé que a muchas personas parece que no les pasa nada en todo ese trance de contagiarse y superar la enfermedad. Pero, en clave colectiva, no pierdan ustedes de vista aquello de que entonces tales seres humanos se convierten en un eslabón más en dos procesos. Por un lado, en la cadena de transmisión a terceros, a los que quizá les vaya peor. Y, por otro, en una nueva oportunidad para el virus para la recombinación y, a partir de ahí, para una mayor patogenicidad o transmisibilidad. En otras palabras, en una nueva oportunidad para que el problema se agrave y magnifique.

La COVID-19 sigue ahí, matando, lastimando y transmitiéndose. Ya sé que hay más enfermedades, como dicen muchos de ustedes, que matan más. Claro que sí. Pero este no es un ejercicio de suma cero, y esta pandemia puede ser paliada en parte con unos hábitos que impliquen cierto rigor en algunas normas básicas de comportamiento e higiene social. Y es que se puede hacer casi todo con un menor índice de exposición y un mayor respeto por los más vulnerables. Pero nuestra sociedad, en su mayoría, ha decidido lo contrario. Ha decidido “tirar para adelante” y que se mueran aquellos a quienes les toque. Así como suena, sin anestesia. Ni más ni menos. Y yo, por más que lo reviso y le doy vueltas, no puedo estar de acuerdo con ello. Por eso sigo restringiendo algunas cosas y observando, todavía, buenos hábitos de comportamiento frente a la amenaza. Entiendo que no hay otro camino.

Ahora desde instancias oficiales se nos insta a volver a la necesaria mascarilla en interiores -que nunca debió ser abandonada- a la prudencia y al cuidado. Y se hace después de miríadas de mensajes equívocos, de que nuestros máximos responsables hayan lanzado con frecuencia las campanas al vuelo y de que se haya transmitido la idea de que ancha es Castilla. Ante todo ello solamente me sale una expresión muy enxebre y muy llena de significado. Un agrio, resignado y abatido “Tarde piache!”, del que en Galicia conocemos su completo recorrido semántico. A ver ahora cómo paran ustedes lo que ya promete ser un verano a tope, tal y como se cuenta, relata y jalea desde múltiples mentideros... Lo será, lo será... pero tengan ustedes muy claro que, como consecuencia, muchos no lo contarán...