Hace días falleció el historiador, y religioso jesuita, Fernando García de Cortázar con 79 años. Tengo la formación suficiente para saber ofrecer sufragios, rezos principalmente, por todos los que mueren, y más con aquellos con los que me siento en deuda. Y este es el caso de García de Cortázar porque tanto se me atragantó su libro Los mitos de la historia de España que decidí dejar de leerlo, como con el vino que no te gusta, que no estás obligado a beberte toda la botella. Aclaro que el libro es intachable, y que lo que leí y hojeé son verdades incuestionables; que no fueron las luchas religiosas, ni los desplantes a Castilla, sino los repetidos exilios fueron el detonante. Sinceramente, me tocó la fibra cuando tuve que pechar con las repetidas expatriaciones de tantos españoles que han tenido que recurrir a irse de España para salvar su vida. Ciertamente somos bastante cainitas, como gusta ahora decir, y me cuesta admitirlo. Repito, dejé el libro principalmente por eso. Y ahora, arrepentido y como sufragio penitente —mea culpa, mea máxima culpa— voy a retomarlo y leerlo del todo, ofreciendo en cada capítulo que supere un responso por su eterno descanso, que esas oraciones pienso valdrán más que mi arrepentimiento.