La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

De cómo partir la pantalla

No soy un adepto a la televisión para informarme o entretenerme, pero un largo proceso de rehabilitación (siempre son, o parecen, largos esos procesos) me obliga a enfrentarme con lo que hace años se llamó la “caja tonta” en la medida que se limitaba a repetir lo que le ordenaban sus controladores. Sin que hubiese que dar espacio a la crítica o a la disonancia política. Eran aquellos tiempos del franquismo y el posfranquismo hasta que llegaron los social-liberales al poder en 1982 y se abrió la puerta a los canales privados y a la pluralidad de audiencias. Relativa, por supuesto, porque en cuestión de ciertos temas de fondo estaban totalmente de acuerdo. Y así pasamos de una televisión única de titularidad pública con dos canales a otra de tres de titularidad privada, de la que una de ellas optó por restringir su uso a los abonados. El capitán de esa ambiciosa aventura iba a ser el famoso comunicólogo Juan Cueto Alas que, según él mismo me informó en el hall del Hotel de la Reconquista, iba a encontrar su público entre el personal de “cejas altas”, es decir, entre la España culta. Le deseé el mayor éxito en la arriesgada tarea de poner en marcha una televisión de pago y quedamos en vernos una vez salieran al aire. Pasado el tiempo volvimos a coincidir en el mismo escenario. Y tuve que hacerle cariñosamente un reproche. “Me dijiste que la audiencia de Canal Plus sería mayoritariamente de ‘cejas altas’ pero sus contenidos se refieren preferentemente al cine de sesión continua, a los partidos de fútbol, y a las películas pornográficas”. Por cierto, se supo que mucha de la gente que deseaba asistir a una intensa sesión de “porno”, se conformaba con adivinar lo que estaba pasando debajo de la espesa niebla que cubría la pantalla del televisor. Juanjo Cueto se murió, Canal Plus quebró, o algo parecido, y el que esto firma se entretiene anotando las cosas que le llaman la atención del lenguaje televisivo. Por ejemplo, esa mala costumbre de partir la pantalla en dos, o en tres. O esa manía de colocar detrás de los presentadores de la televisión imágenes gigantescas de personas que parecen salidas de una aventura de Gulliver. En una ocasión salió el presidente del Gobierno, señor Sánchez, compartiendo espacio con la dramática escena de un numeroso grupo de subsaharianos navegando sin rumbo por el mar Mediterráneo hasta que fueron rescatados por un guardacostas. El presidente Sánchez hablaba sobre las medidas a tomar para resolver la crisis económica que nos agobia, pero la vista se desviaba, cada dos por tres, hacia la peripecia de los subsaharianos, que ahora ya estaban siendo auxiliados en las dependencias de un puerto del sur de Italia. En la noticia siguiente la pantalla se dividió en tres. En la de la izquierda el espacio fue ocupado por unos policías norteamericanos muy gordos que golpeaban a un detenido; en la del centro, el papa Francisco avanzaba por un pasillo del Vaticano con una cierta dificultad; y, por último, en el espacio de la derecha pudimos ver a un autobús de pasajeros que se había precipitado por un barranco. La simultaneidad de tres focos de atención no propicia el entendimiento. Más bien agobia.

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