La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Cuando el trigo no es limpio

A nadie, salvo a irreductibles reaccionarios, se les ocurre poner en duda la evidencia del cambio climático, del que, tanto en los meses fríos como en los calurosos, hemos tenido sobradas muestras. Los incendios han asolado extensos territorios de Europa, de África, de Asia, de la América del Norte, de la América del Centro, de la América del Sur, de Australia y de Nueva Zelanda. Y se han llevado por delante explotaciones agrícolas, ganaderas y pesqueras. El panorama es tan apocalíptico que los máximos dirigentes de la elite política mundial se reúnen cada poco con vocación de tomar unas medidas que contribuyan a paliar la catástrofe que se avecina. El problema es que esa elite mundial está enfrentada entre sí por razones económicas, políticas, militares, religiosas y hasta artísticas, y no se ve la forma en que puedan ponerse de acuerdo en lo más elemental. La humanidad, en cuanto especie, tiene capacidad tecnológica para afrontar el reto, pero es de temer que no acceda a arrimar el hombro en la tarea inevitablemente solidaria de repartir la riqueza, impulsar el conocimiento y renunciar a la violencia como supremo argumento político. Tal que lo definía el general prusiano Carl von Clausewitz en su famoso tratado De la Guerra. Es difícil de creer que los países que tienen minerales de uso estratégico en su territorio y armamento nuclear vayan a renunciar a su uso como instrumento de intimidación. Y también es difícil de creer que los países que disponen de tierras feraces y de espléndidas cosechas de productos alimenticios imprescindibles en la dieta de millones de personas, no los utilicen como arma de presión. La guerra de Ucrania nos ha permitido ver las maniobras políticas y financieras en torno a los millones de toneladas de grano de trigo que manejan Rusia y Ucrania en el mercado mundial. “No es trigo limpio” solemos decir de alguien de cuya moralidad dudamos. El pan, la falta de pan y el encarecimiento del pan han sido causa de revoluciones, tanto cruentas como incruentas. “No solo de pan vive el hombre”, dijo aquel famoso activista judío para advertir a sus seguidores de las bondades del alimento espiritual. “Cada vez que habla, sube el pan” suele decirse de aquellas personas a las que hay que rogarles que no digan impertinencias. Por ejemplo, a esos que niegan que el cambio climático tenga algo que ver con la actividad humana. Es una postura cerril, que niega la evidencia científica, pero muy arraigada en un sector de la opinión pública, y que se ha dado en llamar “negacionismo” . Son representantes de esa corriente de pensamiento (por no llamarlo como se merece), personajes como el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que pasará a la Historia como el hombre que permitió la destrucción de buena parte de la Amazonia, el “pulmón de la humanidad; Donald Trump, el expresidente norteamericano que amenaza con volver a ocupar el Congreso, aún no sabemos si al frente de una turba, o por medio de una votación; y en España, Federico Jiménez Losantos, el excitado locutor que sostiene que el presidente Sánchez y el papa Francisco son dos comunistas cuyo objetivo es destruir España y el Vaticano.

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