La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El don de lenguas en la política

Si Pedro Sánchez pierde el cargo en las no muy próximas elecciones, habremos perdido también a uno de los raros presidentes españoles de la democracia que habla idiomas (además del castellano, se entiende).

Entre sus predecesores, tan solo Leopoldo Calvo-Sotelo poseía más habilidades lingüísticas. Al parecer, se desenvolvía con soltura en inglés, francés, italiano, alemán y portugués, a lo que hay que agregar que era un diestro pianista y, pese a su breve mandato de menos de dos años, aún tuvo tiempo de integrar a España en la OTAN.

Lo de la Alianza Atlántica parece más relevante que el dominio de idiomas, por supuesto. El don de lenguas concedido por el Espíritu Santo a los apóstoles les sirvió para predicar el Evangelio; pero es que entonces no existían los servicios de interpretación simultánea habituales hoy.

Importa, si acaso, el conocimiento del inglés, que viene a ser la lengua franca exportada por el imperio al resto del mundo. Su dominio le permitió a Sánchez, por ejemplo, echarse una carrerita de pasillo junto al americano Joe Biden. En poco más de veinte segundos consiguieron hablar del convenio bilateral de defensa, la situación en América Latina, la agenda del presidente de Estados Unidos y algún otro asunto.

Un año después, Sánchez pudo explayarse ya bastante más con su interlocutor en la cumbre que la organización político-militar celebró en Madrid.

El actual primer ministro español había dado antes pruebas de que maneja con fluidez el inglés, hasta el punto de conceder entrevistas por videoconferencia a las teles de Estados Unidos. Las espectadoras norteamericanas se hicieron lenguas, por cierto, de su apostura física. Sorprendió, al parecer, que al frente de un país poco conocido de Europa estuviese un galán de tan buena apariencia.

No sería raro que esa pericia con el idioma —inglés y acaso algún otro— sea utilizada durante la campaña electoral de finales del próximo año, a más tardar. El dominio de lenguas extranjeras da un punto de modernidad para moverse por la escena diplomática del mundo: y ya se ha sabido que Feijóo, el futuro presidente que anuncian las encuestas, no chamulla mucho ni poco el inglés.

Puede que esté algo sobrevalorada, sin embargo, la condición de políglota. No es asunto que preocupe, desde luego, a los líderes de países anglosajones, por más que los candidatos a la presidencia americana chapurreen un par de frases en español para hacerle la pelota a los posibles votantes hispanos.

Son muchos los primeros ministros y jefes de Estado que hablan inglés además de su lengua natal, por supuesto; pero lo cierto es que en las conferencias internacionales se prefiere acudir a los servicios de los intérpretes. No hay por qué dejarlos sin trabajo.

Los idiomas, la taquigrafía y, ya puestos, la estenotipia, son de gran utilidad, aunque en modo alguno imprescindibles para un gobernante. Cualquier hombre de mando y de mundo dispone de personal ducho en esas habilidades para entenderse con sus colegas de otros países.

A Calvo-Sotelo se le recordará por lo de la OTAN y quizá no tanto por sus cinco idiomas o el piano. Tampoco parece que lo más recordado de Sánchez, si finalmente, deja La Moncloa, vaya a ser su alto nivel de inglés.

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