Tengan ustedes muy buen día. Seguimos sumando jornadas e introduciéndolas en nuestra bitácora vital. ¿Qué tal les va? Por aquí bien, o medianamente bien, o quizá regular, no sé. Pero, en cualquier caso, seguimos. Y eso es de lo que se trata. De no cejar en el empeño de disfrutar de la alegría de cada día.

Y todo ello en un contexto lleno de nubarrones. Bueno, déjenme que cambie la metáfora, porque ya saben ustedes que a mí las nubes y la lluvia me gustan. Entonces pondré algo así como “... lleno de piedrecitas en el camino”, aunque les confieso que también disfruto con tal suerte de sendas. Ufff... parece que el ser tan “tiquismiquis” con mis metáforas va a implicar que me quede sin tal recurso. Pues nada, seré directo: en un contexto malo, o al menos regular. Un momento turbio a nivel de relaciones internacionales, lleno de incertidumbre en lo económico y con ingredientes adversos en lo relativo a la energía, por ejemplo, al agua o al importante nivel de destrucción medioambiental en nuestros parajes más singulares y bellos.

Así las cosas, y en medio de todo ello, yo sigo reflexionando sobre la necesidad de volver a un modelo productivo más contenido y menos mundializado. Y es que eso de dejar toda la producción de casi infinitas categorías de artículos en muy pocas manos a nivel mundial, tiene su coste. Algo que pudimos todos visualizar en los primeros tiempos de la pandemia de COVID-19, en términos de escasez en suministros básicos. Y que ha tenido implicaciones también en muchos sectores, desde el de la electrónica a, por extensión, el automovilístico. O en el alimentario, tal y como hablábamos en alguno de los últimos artículos, ya puestos en el contexto de la guerra que afecta al llamado “granero de Europa”, Ucrania.

Es por eso, y también en línea de lo que dimana de determinados autores y corrientes de pensamiento, que soy de los que piensan que habría que retocar el modelo. ¿Cómo? Pues seguramente asegurando una mayor producción local, dando pasos para paliar los potentes fenómenos de concentración de la riqueza que son claro signo de esta época y avanzando en la potencia de las nuevas tecnologías para favorecer un patrón más disperso de la población, fuera de los enormes polos atractores que significan las grandes ciudades. Y todo ello sin renunciar a la iniciativa privada y al mercado, pero sí a sus excesos. Bueno, ya saben que el papel lo aguanta todo, y que predicar es fácil. En pilotar tal tipo de transformación, de forma inclusiva, es donde está la virtud y la dificultad. Pero creo que es algo urgente, visto lo visto en términos del devenir de la sociedad y la economía en los últimos tiempos.

Bueno, eso es lo que pienso yo, pero me parece que no es la tendencia hoy, ni mucho menos. Estos días los medios se hacían eco de que una potente eléctrica con origen y tradición en nuestra zona destruirá un importante número de empleos en la ciudad, para llevar su atención al cliente a un país de Latinoamérica. Para mí un error de bulto, inmerso en esa cultura de la mundialización, que deslocaliza para bajar costes. ¿Por qué? Porque, aunque tú vendas electricidad, también has de proporcionar confianza. Y, cada vez más, vemos que la atención tan remota hace aguas por los cuatro costados. ¿No les ha costado mucho más de una vez, hablando con alguien que pretende atenderles desde el otro lado del mundo, el simple hecho de que entienda de qué lugar se le llama? Eso, más la necesidad de tener referentes cercanos en tal atención, lastra gravemente —para mí— a tal fenómeno deslocalizador. Si, además, sumamos una baja calidad, siempre presente en aquellos proyectos que hacen de los precios bajos su bandera, el desastre está servido. Un par de horas antes de escribir este artículo, por ejemplo, me llamó alguien —también en el nombre de otra compañía del sector eléctrico, de la que no soy cliente— preguntándome directamente si era el titular de la factura eléctrica. Cuando empezaba a explicarle, amablemente, que no podía atenderle, de repente, cortó. Bip, bip, bip... ¿Se da cuenta tal empresa eléctrica del enorme impacto negativo que tiene tal tipo de prácticas?

Ya saben. Lo barato sale caro. Por mucho que a algunos pretendidos gurús de empresa no les quepa en la cabeza, en una visión cortoplacista y que, a la larga, aleja a las compañías con tal filosofía de su potencial mercado.