La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas Galantes

Ánxel Vence

Esto no es Italia (todavía)

Sugieren las encuestas que el bipartidismo volverá en versión light a España durante las próximas elecciones, poniendo así fin a siete años de italianización de la política en Celtiberia.

Ni Unidas Podemos por la izquierda, ni Ciudadanos ni Vox por la derecha han conseguido desplazar hasta ahora a los dos grandes partidos. Otra cosa es que realquilen sus votos a cambio de vicepresidencias y ministerios de baratillo cuando a sus mayores no les alcance para la mayoría absoluta, claro está. Es el bipartidismo atenuado.

En realidad, el turnismo en el poder no se había ido nunca. Los presidentes de la democracia del 78 han pertenecido sin excepción al PSOE, al PP o a la fugaz UCD, alternándose en el mando como si esto fuese un serio país europeo.

La que siguió al franquismo es una Restauración borbónica que parece inspirada en la del siglo XIX, cuando Alfonso XII dio este procaz consejo a su inminente viuda y regente: “Cristinita, guarda el coño y ya sabes: ándate siempre de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas”.

Si entonces eran los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta quienes se repartían el poder por turnos y mediante pacto, ahora son conservadores y socialdemócratas los que cumplen con el modelo bipartidista. De su estabilidad hasta que llegó la crisis económica del 2008 dan fe los pocos presidentes —tan solo siete— que España ha tenido durante más de cuarenta años.

Nada que ver con la situación de Italia, que en ese mismo período disfrutó —o padeció— a veintitantos primeros ministros de media docena de partidos; si bien es cierto que algunos de ellos repitieron en diferentes legislaturas.

Antes que bipartidismo en sentido estricto, lo de Italia fue más bien un dominio casi absoluto de la Democracia Cristiana durante decenios, alterado raramente por algún gobierno del Partido Socialista o del Democrático. A partir de los años noventa comenzó la demolición de los partidos tradicionales, que han desaparecido de escena para dejar paso a un popurrí de partidos de nuevo cuño y rasgos a menudo excéntricos.

La macedonia parlamentaria italiana incluye entre sus ingredientes a partidos que evocan el fútbol —uno de ellos se llama Forza Italia y el otro, directamente, La Liga— o la cerveza, como el Movimiento 5 Estrellas, fundado por el comediante Beppe Grillo.

En España no hemos llegado a tanto como en el país que, no por casualidad, inventó la Commedia Dell’Arte. El aburrido bipartidismo lo rompió aquí Ciudadanos, partido ahora agonizante; y después, la eclosión de Podemos a la que siguió la de Vox.

A diferencia de lo ocurrido en la exuberante Italia, no han logrado sacar del campo de juego a los partidos tradicionales. Tanto el populismo de izquierdas como el de derechas funcionan aquí bajo el efecto gaseosa: suben con rapidez, pero antes o después, acaban por estancarse y perder sin prisa ni pausa el favor del votante.

Ahora que la dimisión de Mario Draghi convierte a Italia en un problema para la UE, los electores españoles parecen volver a poner el ojo y el voto en los partidos de toda la vida, como si se resignasen a lo malo conocido.

Igual es que han visto ya lo bueno por conocer y no notaron gran cosa la diferencia. O que, ya puestos, prefieren imitar a los alemanes, ingleses y portugueses antes que a los italianos. Quien sabe.

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