Hoy llego a ustedes con un texto escrito ayer, 26 de julio, Día de los Abuelos. Y a ellos y a ellas dedicaré la columna. Específicamente a abuelos y abuelas, no en general a las personas mayores. Y es que les recuerdo que Naciones Unidas dedica el 1 de octubre a todas las personas de edad avanzada, en una jornada de carácter mundial. Pero es evidente que, siendo en general personas mayores, los abuelos y abuelas en sí tienen unas características y una casuística diferente, que amerita la existencia de este otro día más restringido. Y, si me lo permiten, a eso vamos...

No podemos dejar de decir que, hoy, hablar de abuelo o abuela es, en un gran número de casos, lo mismo que decir conciliación. Y es que, además del amor mutuo entre abuelos y nietos, estos primeros desempeñan también una función indispensable, nuclear, crítica y fundamental en el seno de muchísimas familias. Tanto, que sin ellos y ellas las cosas serían muy diferentes, para peor. Los abuelos y abuelas “sacan las castañas del fuego” a muchos papás y mamás que, entregados a su actividad laboral, tienen momentos de respiro o, incluso, un apoyo diario en sus padres y padres políticos. O, incluso, mucho más, llegando a reemplazarles en determinados períodos largos de convivencia. Y, de esa manera, una vez superada la etapa de cuidados de sus propios hijos, son muchos los padres que, ya mayores, han de repetir el ciclo con sus nietos y nietas. Unos lo hacen de buen grado, incluso encantados. Pero otros desearían no estar tan involucrados en tal tarea en el día a día. No porque no quieran a sus nietos o nietas, ni mucho menos. Pero sí para disfrutar también un poco de su tiempo en una etapa de la vida en la que eso mismo, el tiempo, se percibe como algo más limitado.

Son muchos los jóvenes y no tan jóvenes, por lo que he ido leyendo y escuchando en torno a este día, que perciben las vivencias con sus abuelos y abuelas como de las más intensas que les han quedado de la infancia. No porque no guarden recuerdos de los momentos con sus padres, sino por la intensa relación con los primeros en lo cotidiano, y por la especial relación de complicidad y apoyo que se teje entre los mayores y los más pequeños de la casa. Al fin y al cabo, la relación entre abuelos y nietos suaviza un poco la tensión que a menudo se genera entre padres e hijos, especialmente cuando estos últimos están en edades difíciles y ante visiones de la vida, en tales momentos, muy divergentes.

¿Guardan ustedes recuerdos de sus abuelos y abuelas? Yo, les cuento, soy de esas personas que apenas han tenido la suerte de poder decir que sí. Sólo conocí a mi abuela materna, mi abuela Lola. En mi caso, mamá no trabajaba fuera de casa, aunque mucho en ella, y no surgió la necesidad de ese apoyo continuo y diario. Y, aunque veíamos a mi abuela, la queríamos y teníamos muy buena relación, falleció relativamente pronto. A los otros tres, los dos abuelos y la otra abuela, nunca les conocí porque ya habían fallecido cuando yo nací. Me hubiese gustado que hubiera sido de otra manera. Pero... ya saben. La vida fija el marco vital de cada uno y, contra eso, poco se puede protestar. Pero después, años más tarde, tuve un regalo. Y es que, ya saben, al compartir la vida con alguien especial, a menudo vienen con él otras personas dispuestas a quererte. Y, entre ellas, una abuelita —Concha— con aspecto frágil, alma de luchadora y muy cariñosa y riquiña. Lola y Concha, pues, fueron las abuelas que yo conocí vivas por línea de sangre y política. Y las dos viven ahora, no tengan duda, en mi corazón. Como tantas otras personas especiales que, a lo largo de la vida, te van marcando y a las que recuerdas cada día...

Bueno, tengo asumido que ya nunca seré abuelo. Y, ni siquiera, papá. Es lo que hay, y me apena. Pero déjenme que haga algo por tantos abuelos y abuelas. Y es que si usted me lee y tiene la suerte de que alguno de ellos viva, le propongo en este texto que no deje de visitarle y regalarle su más bonita sonrisa. Porque, superada la etapa de apoyo en la conciliación a la que aludía al principio, muchos de esos abuelos y abuelas se quedan un poco solos. O mucho, en esta sociedad trituradora de todo tipo de vínculos. Eso lo pude constatar durante años, en mi ejercicio profesional, manejando datos específicos de nuestra ciudad. Y eso da mucha pena, porque la soledad no querida puede llegar a ser tan insoportable que nos quite las ganas de vivir. Y eso también se lo he oído más de una vez a quien cuidó hijos, volvió a cuidar nietos y para quien, luego, solamente hubo distancia y nada más...

Feliz día de los abuelos 2022.