La Opinión de A Coruña

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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

El laboratorio de ideas detrás de la guerra de Ucrania

Sería pecar de ingenuidad o mala fe poner en duda que el presidente ruso, Vladímir Putin, es el responsable directo de la guerra de Ucrania, pero lo es también dudar del papel del más importante laboratorio de ideas de EEUU en el diseño de la actual estrategia frente a Rusia.

Me refiero por supuesto a la Rand Corporation, el famoso think tank que se ufana públicamente, entre otras cosas, de haber elaborado la estrategia armamentista que permitió a Estados Unidos salir finalmente victorioso de la Guerra Fría.

En 2019, la Rand publicó un informe acorde en muchos aspectos con la doctrina Brzezinski (1) de cerco económico a Rusia. Según el mismo, el país de Vladímir Putin debía ser atacado por su flanco más vulnerable: una economía fuertemente dependiente de las exportaciones de hidrocarburos.

Para ello había que recurrir eventualmente a las sanciones comerciales y económicas y lograr convencer a los aliados europeos para que aumentasen sus presupuestos militares frente a una amenaza supuesta o real rusa.

Al mismo tiempo, los estrategas de la Rand Corporation proponían estimular las protestas internas en Rusia, algo que de momento no se ha conseguido gracias al férreo control del poder por parte de Putin, y socavar la imagen del país en el exterior.

Europa occidental y de modo especial Alemania debían disminuir su dependencia del gas ruso y sustituirlo por los de otras procedencias como Oriente Medio o sobre todo por el gas licuado de EEUU, producto como se sabe de la fracturación hidráulica, más caro y más contaminante que el primero.

Frente a la anexión de Crimea y el movimiento independentista en el Este de Ucrania, de mayoría rusófona, había que comenzar a entrenar al Ejército de ese país y enviar ayuda letal para explotar el punto más importante de la vulnerabilidad externa rusa.

Pero había que hacerlo con cuidado para evitar la escalada a un conflicto más amplio, pues en tal caso Rusia estaría teóricamente en ventaja dada su proximidad.

Si lo que ocurre en Ucrania y con independencia de la gravísima responsabilidad de Putin por haber invadido el país vecino no puede calificarse de “guerra por procuración” entre Washington y Moscú, ¡que venga Dios y lo vea!

Incluso The New York Times preguntó un día al presidente de EEUU, Joe Biden, si el paquete de ayuda militar de 40.000 millones de dólares destinado a Ucrania era para ayudar a defenderse a los ciudadanos o para desestabilizar al invasor.

El secretario de Seguridad Nacional de EEUU, Jack Sullinvan, habla, por otro lado, de “un cierto nivel de integración y simbiosis entre la estrategia que perseguimos en Europa y la de la región del Indo-Pacífico”, lo cual explica perfectamente las referencias a China en la última reunión de la OTAN.

Es evidente que el cerco a Rusia con el corte de todos sus lazos con Europa forma parte de un plan muy complejo de Washington que busca a invertir la tendencia al desplazamiento hegemónico de Occidente hacia el Este.

Lo que no se acaba de entender es que los gobiernos europeos hayan aceptado sin más el debilitamiento económico e industrial de sus países que la renuncia al gas ruso en una situación de dependencia como la existente sobre todo en el corazón del continente.

Se trata al mismo tiempo de mantener la ficción política de que enviar armas, especialistas y asesores a Ucrania no es participar en la guerra. Y ello porque son otros los que ponen los muertos.

No hay que olvidar tampoco la valiosísima ayuda cibernética de Occidente, que ha permitido, por ejemplo, al Ejército ucraniano eliminar a varios generales del país invasor y seguramente también hundir al Moskvá, el buque insignia de la flota rusa del Mar Negro.

Solo hay que confiar en que la guerra, por brutal que esté resultando, siga contenida en territorio ucraniano y logre evitarse toda escalada, que podría incluir incluso el recurso por parte de Rusia a las armas tácticas de su arsenal nuclear.

Y tengamos en cuenta que estas armas pueden tener el mismo poder explosivo que las que, al final ya de la Segunda Guerra Mundial, lanzó Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki. Posibilidad que le hace que se le pongan a uno europeo los pelos de punta.

(1) Por Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional del presidente Jimmy Carter.

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