La Opinión de A Coruña

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Tino Pertierra.

Solo será un minuto

Tino Pertierra

El club de la ducha

Cuando llegan los calores es cuando más se agradece tener cerca a gente asociada al club de la ducha. Ya sabes, personas que no huyen del agua y el jabón. Que se cambian de ropa y no la dejan pegada al cuerpo durante días y días. El mal olor propio puede llegar a ser adictivo para quienes creen que todo lo que sale de sus cuerpos es perfume embriagador. El calor puede atontar los sentidos, pero aviva el olfato. Un autobús abarrotado transporta efluvios merecedores de una máscara antigás, sobre todo cuando el propagador de pestilencias va de pie y con el brazo en alto. Un viaje en avión, por corto que sea, te corta la respiración si cerca tienes a alguien que piensa que la suciedad nos hace libres. Solo hay algo peor que una cercanía maloliente: la de quien está convencido de que rociarse en desodorante o colonia es suficiente para solucionar el problema. Un error sobre otro error crea un horror. Sudor mezclado con perfume tiene efectos secundarios inmediatos. Es preferible una resaca de botellón a un colocón de nariz invadida por pestes naturales o enfrascadas. No hablamos de los olores que exigen grandes esfuerzos físicos y reclaman el paso por la ducha a su finalización, sino de los persistentes y acumulados hasta formar capas como si de asfalto se tratara. El mal olor sin combatir es como el mal ruido desbocado: con el invento de los altavoces portátiles, calles y parques se llenan en época estival de decibelios embrutecidos que se pasan por el forro de los caprichos de sus dueños el derecho de los demás a no soportar los gustos musicales (ejem) de quienes se creen con derecho a contaminar al aire común con estridencias implacables. Olfato, oído. Dos sentidos a los que el verano saca los colores. Otro día hablaremos de la vista y de los señores con sandalias y calcetines.

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