La Opinión de A Coruña

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Tino Pertierra.

Solo será un minuto

Tino Pertierra

Prohibido prohibir

Lo malo de los eslóganes es que dejan poco espacio para la argumentación, alejan los matices, renuncian a la precisión. Hay eslóganes muy desafortunados que quedan bien tatuados en una pared como pintada en un momento dado de ofuscación o rebeldía pero que no se sostienen si das vueltas a su enunciado.

Mayo del 68. Revueltas en París, zancadillas al poder, pancartas y correcalles, proclamas incendiarias y pataleos de resultados livianos en la práctica pero con muchos ecos en la memoria de quienes la vivieron de cerca o de lejos. Ponga un adoquín en su vida aunque sea de mentira: la juventud alimenta la memoria de fantasías revolucionarias que, como se descubre con el paso del tiempo, se quedan en agua de borrascas. Efímeras.

Allí, entonces, se exigió: “Prohibido prohibir”. Buen juego de palabras, dos verbos conjugándose a golpes para llamar a una conjura universal contra las ataduras. Se recurrió mucho a esa mezcla de opuestos cuando se puso coto a fumar en lugares públicos y muchos fumadores que no tenían el mejor reparo en apestar con sus malos humos en oficinas o bares se aferraron a una petición que no venía a cuento y que hoy vemos con estupor retroactivo.

¿Prohibido prohibir? Llevémoslo al extremo. ¿Dejamos de prohibir las violaciones? ¿Los atracos? ¿La posesión ilegal de armas (en países civilizados, claro)? ¿El asesinato? ¿La pederastia? ¿La estafa? ¿El genocidio? ¿El maltrato? ¿El crimen organizado? ¿La conducción temeraria y/o ebria? ¿La corrupción? ¿Los abusos? ¿Las injusticias? ¿Las torturas? Ojalá sí se pudiera prohibir el dolor, la tristeza, la enfermedad, la muerte de los seres queridos, la desesperación, la decepción insomne que aplasta contra la pared y convierte a quien la sufre en un tatuaje en la hiel.

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