La Opinión de A Coruña

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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

Salvar el planeta de Lovelock

Todo esto podría haberse evitado prestando atención a James Lovelock, el inventor y científico inglés que murió el día de su 103 cumpleaños en el pasado julio. No le conocían todos los que debieran, pero se anticipó en la erosión de la capa de ozono y en el advenimiento de un cambio climático que no excluye ningún desenlace, incluidos los apocalípticos. Los movimientos ecologistas asumieron como guía a un investigador que los detestaba por sus tendencias neorreligiosas, porque defendía la energía nuclear y la industria química. Por supuesto, después de haber desarrollado métodos de detección de trazas que permitieron hallar pesticidas en la grasa de las focas. Y su magnetismo reposa sobre la palabra que le brindó el premio Nobel de literatura William Golding para su hipótesis más celebrada, Gaia.

Hemos vivido en el planeta de Lovelock, aunque nadie nos hubiera presentado a quien se definía como “científico independiente” desde que abandonara la NASA en 1961. Su productividad y versatilidad demuestran el anquilosamiento y la calcificación de los entornos académicos. Gracias a su tono empírico a la par que profético, hoy se habla con naturalidad de “matar al planeta”, o incluso de “salvar al planeta”. Cómo se puede asesinar a una roca, por mucho que esté saturada.

Lovelock llegó a su concepción capital al estudiar por qué esa masa rocosa llamada Tierra mantiene las condiciones necesarias para la vida pese al incremento de las radiaciones solares, y a diferencia de las configuraciones pétreas vecinas de Marte o Venus. Su conclusión revolucionaria es que no cabe hablar de vida en la Tierra, sino que la vida es la Tierra misma. En eso consiste Gaia, que nunca ha sido una concepción pacífica, porque desde las ciencias duras que practicaba el propio Lovelock se le acusaba de espiritualismo new age.

Los seres vivos, incluido el mamífero avasallador, no habitan la Tierra sino que forman parte de ella. El conjunto de todos los materiales integra según la hipótesis Gaia ya elevada a teoría un sistema vivo no solo interrelacionado, un concepto fácil de asumir por los adeptos a la globalización. Se trata sobre todo de un ente autorregulado, y en estas armonías se cifra la colisión de Lovelock con los darwinistas irredentos, capitaneados como no podía ser de otra manera por los genes egoístas de Richard Dawkins.

Los ecologistas abrazaron a Gaia porque reforzaba su identificación con el planeta, los dueños del templo científico abominaron de una doctrina colaborativa que dejaba en mal lugar a la lucha por la existencia entre las sucesivas especies, y sobre todo a la supervivencia de los más fuertes. A diferencia de buena parte de sus seguidores, Lovelock no era un iluso. En los esfuerzos por consolidar su hipótesis fue el primero en advertir que se estaban violando los equilibrios, el termostato que estabilizaba a Gaia se había averiado por culpa de las exigencias del poblador más inconsciente de la Tierra.

Por si alguien se acuerda todavía de la COVID, Lovelock escribió hace casi veinte años que “a nuestro planeta le basta con encogerse de hombros para matar a un millón de personas”, presagio de pandemia. Esperemos que la puntería previsora no se extienda al resto de su discurso, cuando se acusaba colectivamente de que “estamos abusando de la Tierra de tal manera que puede revolverse y regresar a las elevadas temperaturas de hace 55 millones de años. En tal caso, moriremos la mayoría de nosotros y de nuestros descendientes”.

Lovelock tuvo que aguardar décadas a que Gaia se incorporara al paquete de ideas científicas, también sus proclamas sobre el cambio climático fueron desoídas durante las décadas cruciales. De ahí que el último científico solitario desesperara de la reversibilidad de los fenómenos, gracias a la adaptación que caracteriza a su idea más popular. Y así se llega al investigador tardío que firma su rendición, “podemos comprarnos un Ferrari y quemar todo el combustible que queramos. Disfrutad de los últimos veinte años, no hay vuelta atrás”.

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