La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

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El caso Ayuso

Convencida de que Pedro Sánchez quiere cortarle la luz, la presidenta de Madrid acaba de declararse en rebeldía contra las medidas de ahorro energético aprobadas para toda España por el Gobierno. “Madrid no se apaga”, ha proclamado Isabel Díaz Ayuso remedando —quizá sin saberlo— el llamamiento a la sublevación que hizo un famoso alcalde de Móstoles en tiempos de las guerras napoleónicas.

No es la primera ni la segunda vez que Ayuso llama a la desobediencia de su reino autónomo en respuesta a las decisiones de la autoridad central. Ya lo hizo a propósito de la gestión de la pandemia; y quizá el éxito de público y votantes que tuvo entonces la hayan animado a persistir en la insubordinación.

El problema en este caso —si alguno hubiere— es que el incumplimiento de un decreto ley de carácter general podría evocar el artículo 155 de la Constitución aplicado años atrás en Cataluña. Parece más bien improbable, por supuesto, que el Gobierno vaya a adoptar una medida tan extrema por un quítame allá esas luces.

Aun así, el peculiar nacionalismo a la madrileña que Ayuso viene impulsando en su feudo no deja de guardar curiosas similitudes con otros de más pedigrí histórico. “Nos haríamos trampas si pensáramos que esta región y su capital pueden ser tratadas como las demás”, dijo en su día la presidenta de Madrid. Es el mismo trato diferencial que reclaman y a menudo obtienen Cataluña y el País Vasco, como fácilmente observará el agudo lector.

La comparación podría resultar extravagante, de no ser porque el nacionalismo es planta que crece en cualquier territorio, siempre que se le dé el riego adecuado. Fue precisamente en la entonces provincia de Madrid donde el gallego Julio Camba —anarquista, conservador y coñón— encontró un ejemplo al azar para demostrar lo fácil que es edificar un Estado.

Camba se comprometía a inventar una nación en la madrileña localidad de Getafe sin más instrumentos que una partida de un millón de pesetas —de las de hace un siglo— y un plazo de quince años para organizar el nuevo ente estatal.

Su plan, de lo más sencillo, era observar si en ese municipio predominaban los morenos sobre los rubios o viceversa; y si la forma de sus cráneos era mayormente braquicéfala o dolicocéfala. “Es indudable que algún tipo antropológico tendrá preponderancia en Getafe”, concluía el escritor: “y este tipo sería el fundamento de la futura nacionalidad”.

No es seguro ni aun probable que Ayuso se haya inspirado en Camba para construir su peculiar proyecto de nacionalismo uniprovincial. Incluso pudiera ocurrir que su propósito, mucho más modesto, sea el de relevar a Sánchez en la presidencia del Gobierno. El de España, naturalmente.

Lo paradójico del asunto reside en que algunos o acaso muchos de sus votantes se muestran partidarios de la abolición del Estado de las autonomías, por más que este régimen medio federal sea el que le ha permitido a Ayuso saltar al estrellato de la política. No pasa nada. La política, ya lo dijo Lenin, consiste en cabalgar entre contradicciones.

Se ignora qué piensa de todo esto Alberto Núñez Feijóo, el verdadero sujeto paciente de las intemperancias de Ayuso. Y principal damnificado.

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