La Opinión de A Coruña

La Opinión de A Coruña

El nuevo clima que ya tenemos

Las anormalidades que se van comprobando respecto a estadísticas y constataciones en cuanto al tiempo atmosférico nos dicen que ya tenemos el cambio climático. Mejor llamarlo calentamiento global porque afecta a todo el planeta. Los datos que se recogen día a día nos dicen que el cambio ya se ha implantado y seguirá asentándose. Ya el pasado mes de marzo los números eran abrumadores. A mitad de mes la temperatura en el continente Antártico difería 40 grados de la habitual. De guarismos entre 40 y 30 grados negativos, registrados de media en los años pasados, se pasó a temperaturas ¿positivas?, sobre cero. Algo parecido se produjo en el hemisferio Norte, donde en la zona polar se alcanzaron temperaturas superiores a los diez grados centígrados en pleno invierno boreal.

Esos son dos puntos observados en pocos días y en un mes por naturaleza frío. También fue lluvioso aunque la tercera semana fue, así mismo, singular, con dos oleadas de calima con polvo del desierto en el suroeste de Europa y varios días seguidos de abundantes lluvias en el centro y fuertes en el sureste de la Península Ibérica. Semana que mantuvo temperaturas “veraniegas” en el litoral cantábrico, con días de sol infrecuentes en torno al equinoccio invierno-primavera. Ahora llevamos semanas con temperaturas con más calimas y un calor inusual, abrasador y continuado. Solamente parte de la Cornisa Cantábrica disfruta de un verano, en general, con menor agobio térmico.

Los fenómenos extraordinarios se vienen produciendo siempre, son las excepciones que llegan cada temporada. Pero extraordinarios, por únicos, son las catástrofes naturales que se concentran en puntos del planeta. Lo que hasta ahora no era tan normal es su frecuencia, su persistencia, que notamos en los últimos tiempos, que además se producen en lugares no habituales y poco dados a cataclismos, erupciones, huracanes, galernas…

Ya no son la “gota fría” del equinoccio verano-otoño de la franja mediterránea peninsular, un fenómeno que los meteorólogos miden como mesoescala, que puede abarcar centenares de kilómetros, las ciclogénesis más o menos intensas. Tampoco los fenómenos El Niño o La Niña, ni los monzones que producen inundaciones o fuertes sequías cada temporada. Actualmente ocasionan alteraciones atmosféricas o terrestres que se pueden calificar como trascendentalmente inusuales. Tanto en invierno como en verano. Y así, ahora, en pleno estío, sufrimos unas temperaturas extraordinariamente elevadas, una sequía que preocupa desde hace tiempo a la comunidad científica y unos incendios que parecen el aviso práctico del calentamiento global, de que la Tierra se está calentando de forma alarmante, lo que afecta a mares y tierras, humanos, animales y plantas, minerales, fenómenos meteorológicos.

Este verano nos está demostrando que ya “disfrutamos” de un nuevo clima. Aunque no estamos preparados ni parece que estemos dispuestos a prepararnos. Ni adoptamos medidas para afrontar lo que nos llega ni aparecen ideas para aprovechar la nueva situación. O lo hacemos atropelladamente y sin un riguroso control, como la instalación de torres aerogeneradores o paneles fotovoltaicos. Además se rechazan algunas propuestas porque no llegan del origen que deseamos. Un ejemplo lo tenemos en las medidas provisionales anunciadas por el Gobierno para paliar los problemas de gas y electricidad que nos afectan este verano y se agudizarán los próximos meses. Se levantan voces que prefieren fuertes restricciones en el próximo futuro a apagar escaparates y edificios públicos a las diez de la noche. Aunque es una sugerencia que hizo el líder del Partido Popular que ahora rectifica o contemporiza con los negacionistas.

Una publicación popular con voluntad científica proponía hace dos años unas decenas de medidas hogareñas y locales, fáciles de cumplir, para hacer más sostenible, más saludable, la vida planetaria, para encauzar el desarrollo del planeta sin que lo destruyamos. Revisadas hoy, no empleamos ni la mitad de ellas. Ni voluntariamente ni mucho menos si nos las imponen. Aunque veamos cada día las orejas al lobo.

Compartir el artículo

stats