La Opinión de A Coruña

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Xabier Fole

el correo americano

Xabier Fole

La redada

Es curioso que, de todos los casos de corrupción acontecidos en la joven república, Trump decidiera recurrir al Watergate para quejarse en un comunicado de la presencia del FBI en su residencia de Mar-a-Lago. En sus propias palabras, los demócratas ocuparon su “preciosa casa”, el hogar del cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, del mismo modo que los hombres de Nixon, en 1972, irrumpieron en la sede del Comité Nacional Demócrata. Trump, por supuesto, no menciona al Partido Republicano ni a Nixon, el hombre al que su estrambótico exasesor Roger Stone adora tanto que tiene su rostro tatuado en la espalda; solo sugiere que se trata de la misma nixoniada “pero al revés”. Quizás acabe convenciendo a sus seguidores, quienes según él lo votarían aunque se pusiera a pegar tiros en la Quinta Avenida, de que Nixon, en realidad, formaba parte del Partido Demócrata y andaba de infiltrado para dañar la imagen de los republicanos, como los inexistentes antifas del 6 de enero.

Tampoco recuerda, claro, que aquellos agentes al servicio del gobierno habían acudido al complejo hotelero para robar (precisamente) unos documentos y que los Archivos Nacionales, esa peligrosa agencia del deep state en la que los historiadores pasan tantas horas leyendo manuscritos y escuchando cintas (como las de Nixon), le acusa a él (precisamente) de haberse llevado unos documentos que no son suyos. Quince cajitas de recuerdo, al parecer. En Fox News ya advirtieron de que este registro constituye “un acontecimiento sin precedentes”, lo nunca visto en la historia presidencial, el mayor escándalo del siglo. Si lo hacen con el presidente de los Estados Unidos, por el amor de dios, qué harán con los pobres ciudadanos indefensos que un día, por casualidades de la vida, deciden trasladar a su domicilio una pila de papeles con material clasificado, como los códigos de los misiles nucleares. No se atrevieron con Hillary Clinton o el hijo de Joe Biden. Algunos catedráticos de derecho convocados por la cadena procuraron insistir en que si un juez federal ha dado el visto bueno a una operación que es susceptible de ser histéricamente politizada, razones de peso deben de tener para penetrar de una manera tan violenta en el palacio del héroe de los estadounidenses olvidados.

De ahí la insistencia de los presentadores de Fox en el “y tú más”, no vaya a ser que los investigadores acaben encontrando algo. Aquí todo el personal roba y anda manipulando documentos oficiales, for Christ’s sake, pero a uno solo le persigue con inquina la Justicia.

Convendría no olvidar, sin embargo, que la escena de un agente del FBI hurgando entre los muebles de Trump, a los ojos de muchísimos votantes, no es sino la prueba definitiva de que existe una conspiración gubernamental orquestada contra ese outsider que pretendió drenar el pantano de Washington.

Ahora solo queda saber si acaba pagando unas consecuencias reales (la inhabilitación) o todavía, pese a todo el circo montado alrededor de la investigación, tiene la opción de presentarse a las próximas elecciones. Si finalmente sucede esto último, la escena de “la redada” puede que funcione electoralmente incluso mejor que aquella presentación en la que el candidato bajaba por las escaleras mecánicas de su torre neoyorquina. Como vimos en Los Soprano, no hay nada como un grupo de hombres armados removiendo bruscamente tus cajones del armario para generar empatía entre quienes todavía no están seguros de lo mucho que te quieren.

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