La Opinión de A Coruña

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Joaquín Rábago

360 grados

Joaquín Rábago

La naturaleza virgen, objeto de la codicia de los bancos y las multinacionales

La naturaleza virgen y los que son todavía bienes comunes de los pueblos indígenas se han convertido en objeto de codicia de los grandes bancos y las multinacionales del planeta, que recurren al hipócrita pretexto del “desarrollo sostenible”.

En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada el pasado otoño en Glasgow se consolidó la llamada Alianza Financiera a Favor del Cero (de emisiones de CO2).

La cual se presentó como una alianza de bancos y gestores de fondos cuyo objetivo es explotar los que llaman en inglés lazy assets (literalmente: activos perezosos) del planeta, es decir no explotados comercialmente hasta ahora, para incorporar al mercado los servicios que puedan extraerse de ellos.

En otra conferencia celebrada en Borneo también el año pasado para atraer inversiones en los recursos naturales de esa isla del archipiélago malayo se habló del medio ambiente como el principal objetivo de un movimiento que busca la “monetización” de tales activos.

Como denuncia el sociólogo estadounidense John Bellamy Foster en la publicación Monthly Review, las finanzas globales de tipo especulativo llevan desde la última crisis internacional de los años 2008/09 intentando expandirse y han visto en los activos naturales una gran oportunidad para las empresas y los gestores de fondos.

En 2012 se creó el Corporate Ecoforum —siempre están detrás los anglosajones y su idioma—, alianza de veinticuatro multinacionales, desde Coca-Cola o Unilever hasta Disney, que publicó un informe titulado El Nuevo Imperativo de los Negocios: Valorando el capital natural.

Según ese informe, hay en el mundo el equivalente en valor de 72 billones de bienes y servicios en espera de ser “monetizados” en beneficio, como no podía ser de otra manera, de “un crecimiento sostenible”.

Es, pues, imperativo poner precio a la naturaleza: el futuro de la economía capitalista está en garantizar que el mercado paga por los servicios que puede prestar el ecosistema y que eran antes gratuitos: es decir convertirlos en activos financieros.

Pero esto no es nuevo: ya en 2016, cincuenta multinacionales de distintos sectores, entre ellas también Nestlé y Shell, crearon la Coalición del Capital Natural, y desde entonces se ha tenido noticia de otras iniciativas como la Carta del Capital Natural, presentada por la Unión Natural para la Conservación de la Naturaleza.

El economista estadounidense Robert Costanza ha calculado que los diecisiete ecosistemas principales del mundo podrían generar anualmente 145 billones de dólares.

El agua dulce puede convertirse en el futuro en un activo financiero mucho más importante que el petróleo, el cobre, la agricultura o los metales preciosos.

Los recursos hídricos del planeta corren así el riesgo de ser monopolizados como “capital natural” por un pequeño aunque muy poderoso grupo de compañías multinacionales, que exigirán un precio de mercado por ese tipo de servicios.

En el África subsahariana, señala el sociólogo Bellamy Foster, un 90 por ciento del suelo carece de propietario: las comunidades indígenas que allí viven desde tiempos inmemoriales no tienen títulos de propiedad, lo que facilita la codicia empresarial.

Y como declaró uno de los empresarios que se dedican a ese tipo de actividades, el administrador delegado de Tierra Australia, Peter Burgess, ¿para qué perder el tiempo “en torno a una hoguera” con cada comunidad indígena cuando puede negociarse con el representante de turno del Gobierno local? Tantas veces corrupto, habría que añadir.

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