El año político, se rige por parámetros diferentes y, como el escolar, tiene su propio calendario con el pistoletazo de salida en septiembre. Todos los inicios de curso, por definición, tienen un punto de incertidumbre, expectativas y emoción, pero este arranca con sobredosis. 2023 marcará el devenir político de España de los próximos años. Si todas las elecciones locales y autonómicas son acontecimientos políticos de relevancia, las del 28 de mayo se presentan como determinantes para conocer las opciones reales que tiene Pedro Sánchez de permanecer en La Moncloa y la probabilidad del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, de arrebatarle la Presidencia del Gobierno. Porque la historia política de nuestra democracia nos enseña que el partido que obtiene el mayor número de votos en las municipales es el que ganará las generales en la inmediata convocatoria. Así que en 2023 cosechar más alcaldes y ediles no será cuestión menor: conquistar el poder local es el paso previo e inexorable para tomar las riendas del país.

En el ámbito gallego, estas elecciones tienen otras y apasionantes lecturas. La primera, la más evidente, será conocer el grado de satisfacción que tienen los ciudadanos de la gestión de sus regidores. Si respaldan ese trabajo de cuatro años o si, por el contrario, manifiestan un ansia de cambio. Los comicios locales gozan de la consideración de ser los “más democráticos”, los más libres de ataduras partidarias y los menos ideologizados, por cuanto se valora la gestión pública más directa. La política social, la seguridad, la limpieza, el tráfico, el ruido, el urbanismo, las políticas de igualdad, el empleo, la acción cultural o la apuesta por el deporte dejan de ser, en el caso de los concellos, conceptos genéricos, abstractos. Los ciudadanos se benefician o sufren cada día los efectos de la gobernanza municipal, y en consecuencia la apoyan o la censuran. Muchas veces en la calle y siempre con el voto.

Por eso aquellos alcaldes con una gestión atinada suelen ser los políticos mejor valorados por los ciudadanos, muy por encima de mandatarios autonómicos, ministros o presidentes de gobierno. Y por eso también cuando esa gestión no goza del predicamento popular, los regidores lo perciben rápidamente y de forma nítida. Algunos gobernantes nacionales o autonómicos han podido o pueden caer en la tentación de parapetarse tras los muros de las instituciones para poner en sordina el malestar ciudadano. Aunque así lo quisiese, el alcalde lo tiene imposible. Su exposición a la reacción ciudadana es inevitable. Y agazaparse es la antesala de una derrota más que cierta. Conscientes de lo que se juegan, los regidores están tirando la casa por la ventana: su inversión en obra pública se ha disparado a los 230 millones, la cifra más alta en doce años. Y en los próximos meses asistiremos a un infinito carrusel de cortes de cinta e inauguraciones y promesas de un futuro esplendoroso. El show preelectoral ha comenzado.

Antes de la batalla del 28M, el paisaje político local nos muestra, en grandes trazos, tres fotografías: un PSOE triunfante en las grandes ciudades, en concellos de medio tamaño y en tres de las cuatro diputaciones; un Partido Popular que controla la inmensa mayoría de los pequeños ayuntamientos y la Diputación de Ourense; y un BNG con escaso poder local —la capital de Pontevedra es una recurrente excepción—, pero con un papel clave en la conformación de alianzas con los socialistas.

Los alcaldes ponen en juego su sillón y sus adversarios se han lanzado a arrebatárselo. Pero en esa cita electoral hay mucho más. Porque si alejamos un poco el foco percibiremos cómo los cuarteles generales de los partidos afrontan estos comicios como una suerte de paso decisivo en sus aspiraciones.

Alfonso Rueda, flamante presidente del PP, ya ha advertido a los suyos que el objetivo es reconquistar el poder urbano y las diputaciones, un desafío mayor a la vista de las encuestas. Porque si el PP no mejora los resultados de 2019, cuando Feijóo ganó en Galicia pero cosechó una estrepitosa derrota en las ciudades, Rueda vería cómo su primera contienda electoral tras su designación como líder del PP gallego se salda con un sonoro pinchazo. Por eso para él es tan importante debutar en la cancha electoral con una victoria contundente. En ese empeño ha emprendido una operación de renovación de cabezas de lista que tendrán que enfrentar sus particulares tourmalet. En cambio, si Rueda sale del examen municipal con buena nota, sería la mejor señal de que tiene en la mano revalidar la mayoría absoluta en 2024. En todo caso, es tan cierto que un suspenso será un contratiempo en el camino como que no le tendría por qué privar de su despacho en San Caetano. El antecedente más claro es el del propio Feijóo, quien se alzó con varias mayorías absolutas pese no controlar las ciudades, su gran mancha en una carrera triunfante.

La situación de Valentín González Formoso tampoco difiere mucho. Es otro debutante. Su relevo de Gonzalo Caballero, un líder efímero que no gozó de una segunda oportunidad, le obliga a mejorar los registros de 2019, esto es, no solo conservar a sus grandes alcaldes y el control de las diputaciones, sino incrementar su botín y, sobre todo, alejar la amenaza del Bloque, la segunda fuerza política en el Parlamento gallego. Necesita como nadie la fuerza del poder local para apuntalar su perfil de sólido presidenciable. Porque no olvidemos que Valentín González Formoso lleva las riendas del PSdeG, pero que el partido todavía no ha designado a su candidato. Un sonoro traspié el 28M podría hacer dudar a los capitostes de Ferraz sobre su idoneidad. Por eso le urge dejar atrás la fase de simple meritorio para erigirse en un líder confiable. Las municipales serán un test valioso para ver si el “efecto Formoso” aporta al socialismo local.

Tras su extraordinario resultado en las autonómicas de 2019, cuando contra pronóstico cosechó 19 diputados y superó a los socialistas, Ana Pontón tiene ahora la posibilidad de aprobar una asignatura sistemáticamente suspendida por los nacionalistas: convencer a los gallegos de que sus candidatos son los mejores alcaldes y alcaldesas, un mensaje que hasta ahora pocos ciudadanos le han comprado. Si Pontón es capaz de dar ese salto, sumando alcaldías a su patrimonio, reforzará su estatus como la gran rival de Rueda y principal aspirante a presidir la Xunta, si se da otro bipartito. En caso contrario, si el BNG se mantiene en ese discretísimo tercer plano municipal, el BNG, Pontón y el proyecto nacionalista habrán sufrido un notable frenazo en el peor momento: en la antesala de la cita autonómica. Porque será difícil convencer a unos ciudadanos que no confían en los nacionalistas para dirigir sus municipios que, en cambio, son los adecuados para llevar las riendas de una comunidad autónoma. Podría parecer que Pontón ha hecho lo más difícil, resucitar a una formación y colocarlo en segunda posición, pero ahora se trata de comprobar si se conforma con esa posición de alternativa en barbecho o de verdad opta al premio mayor: presidir Galicia. Si es así, dirigir un número importante de ayuntamientos se antoja como imprescindible.

Rueda, Pontón y Formoso arrancarán este curso político con el pie en el acelerador. Saben que se juegan mucho. No se trata de ganar la partida definitiva, pero sí llevarse una baza clave. Sus aspiraciones políticas pasan por el 28M. Como las de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, cuyo futuro pasa en gran parte por salir victoriosos de la batalla social. Si el municipalismo venía reclamando desde hace años un papel protagonista en la política nacional, por fin lo tendrá. Las urnas de mayo elegirán a nuestros alcaldes y alcaldesas pero también serán decisivos para conocer quién será el inquilino de La Moncloa.