La Opinión de A Coruña

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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Cuando el dinero encoge

Abre usted la página web del Banco Central Europeo y se encuentra con esta tajante afirmación: “El BCE trabaja para mantener la estabilidad de los precios en la zona euro”. “Lo hacemos”, afirma la entidad que vela por nuestra pasta desde Fráncfort, “para que con tu dinero puedas comprar mañana las mismas cosas que puedes comprar hoy”. Esa garantía ha caducado, al menos de momento.

Claramente, van a tener que trabajar más los dirigentes del Banco que sustituyó hace ya bastantes lunas al de España. Los países del euro acaban de batir el récord de inflación con una media del 9,1 por ciento de incremento en los precios.

Hace ya varios meses que las mercancías en general nos cuestan más que ayer, pero menos que mañana; de tal modo que el mismo dinero no sirve para comprar las mismas cosas, diga lo que diga la bienintencionada promesa del BCE. En el caso particular de España, la visita al mercado supone un diez por ciento más de desembolso que el año pasado por estas fechas.

No deja de ser una lástima, si se tiene en cuenta que el euro era un refugio de tranquilidad financiera en comparación con el descontrol de precios típico de buena parte de los países pobres o en vías de desarrollo. Años había, incluso, en el que el coste de la vida bajaba sin que valorásemos como es debido ese milagro.

Antes de que llegase la actual marea de inflación nos asombrábamos de la subida del no sé cuántos millones por ciento anual que llegó a alcanzar, por ejemplo, Zimbabue, país de Champions en esta peculiar Liga de los precios.

Son cifras mágicas de puro imposibles que desafían a las calculadoras, pero no inhabituales. Allá por los años ochenta del pasado siglo, la tasa media de subida de precios en Latinoamérica alcanzó un 130 por ciento anual al principio de la década. Eran tiempos en los que los comerciantes cambiaban hasta dos veces al día el etiquetaje de sus productos para mantener actualizados los escaparates.

Comparado con eso, los porcentajes de inflación que se han disparado en Europa —y en España en particular— son una pura minucia. Pero con esto ocurre lo mismo que en su día con la muerte de Franco, es decir: que no había costumbre de que sucediese. También la carestía al galope nos pilla algo desacostumbrados.

Poco pueden hacer los gobiernos contra esta sublevación general de los precios que afecta imparcialmente al pan, a la carne, al pescado, al aceite, a la leche y a la gasolina, madre de casi todas las subidas. Ni siquiera el bíblico pan nuestro de cada día ha podido sustraerse a una crecida del 13 por ciento, con grave desdoro para un alimento que forma parte de la dieta de la misa.

Lo peor de todo esto es que bajar la fiebre de los precios exigirá subir el coste del dinero, tarea a la que el BCE se va a aplicar de inmediato según han anunciado ya los directivos de esa entidad que cuida de nuestros cuartos.

La consiguiente subida de las hipotecas será el primer efecto, especialmente grave en un país de propietarios como España. El segundo, más que probable, es que la gente se retraiga de consumir como hasta ahora, circunstancia que tal vez haga entrar en recesión a no pocos países europeos, con la habitual secuela de paro. Haga lo que haga el BCE, nos vamos a arrepentir. Ni siquiera el dinero es ya lo que era.

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