La Opinión de A Coruña

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Carlos Miranda

La pelota no se mancha

Carlos Miranda

Responsable de área de Deportes

Mario y Raúl, entre el ruido y el silencio

Sin título

Cuestión de decibelios. De quien genera explosiones, de quien disfruta casi en voz baja. De quien rompe a Riazor con sus goles, de quien paladea el regreso al estadio en el que siempre quiso estar. Mario Soriano y Raúl Carnero. Dos maneras de regresar, de reafirmarse. Un juego cambiante de volúmenes en el que el madrileño llegó hace un año en el medio del silencio a A Coruña. Ahora, entre jugadas eléctricas, no hay quien genere más histeria entre el deportivismo. Raúl está ahora en ese punto bajo, quizás nunca deje de estarlo. Es otro futbolista, es otra forma de ser. Él lo vive como nadie y Riazor le reconoce el esfuerzo y el sentimiento que nunca ha dejado de tener. Pero de otra manera. Vuelve a casa, a su lugar. Donde debe estar.

Mario Soriano empieza a pertenecer a esa estirpe de futbolistas a los que no hay que mirarles con lupa en Riazor, de los que se agigantan y se agigantan sin dudas en las manos del deportivismo. No hay que adivinar su crecimiento, no hay que escrutar cada gesto para intuir un cambio de tendencia, un supuesto florecimiento. Es rotundo, salta a la cara el futbolista que es hoy y el que puede llegar a ser. Con sus 20 años y sus debes (su primera parte no fue nada buena), mezcla, llega, remata. Se siente impulsado por cómo acabó la pasada temporada, por ese proceso que le haya llevado de llegar de puntillas a ser ahora el ojito derecho de Riazor. Creer, confiar, jugar. Ahora le queda trasladar ese idilio a los partidos fuera de casa, su próxima asignatura. Hace unos meses pudo haber marcado el gol del ascenso, ojalá simplemente lo haya pospuesto un año. Al menos, él se quedó para intentarlo...

Unos siguen y otros llegan. Raúl Carnero vio, por fin, de manera nítida ese momento en el que él y el Dépor podían de nuevo coincidir. Hubo momentos en los que no le querían en la plaza de Pontevedra, otros en los que tenía contrato y era imposible fugarse. Ahora en 2022, once años después de aquellos partidos sueltos con Lotina, se reencuentran. No necesitaba un contrato de Primera División, solo bajar al campo desde esa grada en la que ha estado muchas veces y una coyuntura en la que los canteranos con madurez tienen un mejor encaje. Con Álex Bergantiños e Ian Mackay a su lado. Quizás un poco tarde, pero está de vuelta. Por el Deportivo, por él, por los que están y por los que no están.

Su regreso dotará al equipo de un lateral con experiencia, profundo, de buen disparo y también con una mayor capacidad para cerrar el área. Raúl apuesta por su club, la secretaría técnica por él. Es una de las manos con peso en la partida de este verano. No por el nivel del lateral de Santa Lucía, que es indudable. Simplemente, por sus dos últimas temporadas casi inéditas por las lesiones, por lo que ha supuesto traerlo: el coste de prescindir de Héctor Hernández, el riesgo de no ir a lo seguro. De adivinar un mejor futuro, no tenerlo ante ti.

Males conocidos

Mario Soriano y Raúl Carnero fueron, entre otros, los protagonistas de un triunfo para dar respiro a Riazor y al deportivismo, también para torcer el gesto. El Dépor anda y gana, que no es poco. Ya camina, que es la mejor manera de olvidar. Pero algo le dice a su gente que, en parte, sigue anclado en algunos de los miedos y los males que le persiguieron el pasado ejercicio. Preocupa no tanto lo que se vio en la primera parte, aunque no fuese edificante. Inquieta sentirlo encallado en el mismo punto, que tropieza de manera repetitiva con el mismo tope. Una y otra vez. Como si el tiempo no hubiese pasado, como si nada fuese a cambiar.

Un equipo lento, sin paciencia, desajustado, a merced de las transiciones y que rezaba cada vez que le colgaban un balón al área... Por conocidos eran más desagradables todos los males que exhibió el Dépor antes del descanso. Hay mucho que mejorar y quizás es mejor así: intentar dibujar una línea ascendente, no empezar tan arriba, como hace un año ante el Celta B, para acabar cayéndose. Hay que dar más nivel, crecer. Por lo que exigirán los rivales de cada domingo y por el listón de los contrincantes en la distancia (Córdoba, Racing de Ferrol...). Tampoco le sobra al Dépor ir un poco de outsider, siempre que ese papel con un punto liberador no le reste exigencia a Borja Jiménez y al equipo.

El Deportivo se rehizo en la segunda parte y tiene también mérito, es un paso. Su consistencia, aún así, no parece ser la suficiente como para no volver a las andadas en breve. En Mérida llegarán las primeras respuestas. Se vio a un equipo más ajustado, que subía líneas, que presionaba y recuperaba mejor. Un contexto en el que atacar, ya recolocado y con paciencia, le resultaba mucho más sencillo. Las genialidades de Mario Soriano y Alberto Quiles hicieron el resto para arreglar un marcador que, incluso, se pudo quedar corto.

La formula ideada por Borja para resucitar al Dépor tras el descanso es conocida: llevarlo a un lugar y a un contexto que le mejoren y entierren parte de sus males. No sufrió con ningún balón colgado, porque simplemente casi ninguno voló cerca de Mackay. No hubo problema porque quedó enterrado. Pero resulta una quimera pensar que no llegarán momentos de la temporada en los que deberá defender en su área, achicar, fajarse despejando balones. ¿Está realmente preparado? Ojalá la llegada de Pablo Martínez sea parte de un plan para solucionar esa carencia.

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