La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Dios nos salve a todos

Carlos III y Camila Parker. EFE

La muerte de la reina de Inglaterra, Isabel II, a los 96 años de edad, ha servido de pretexto para cuestionar la función de las monarquías en la cúspide de los modernos entramados constitucionales. Salvo la británica, que mantiene el formalismo, un tanto desfasado, de la Commonwealth, con la corona inglesa tutelando a las antiguas colonias (Australia, Nueva Zelanda etc, etc) ninguna gran potencia, (excepción hecha de Japón, Gran Bretaña, Países Bajos, Suecia y Noruega) adoptó esa forma de Estado Los Estados Unidos de América del Norte, Alemania, Francia, Italia Rusia, China, India, Brasil, Irán, Egipto, Turquía y la inmensa mayoría de naciones se constituyeron como repúblicas. Capítulo aparte merece España donde un ferrolano, el general Franco, nombró heredero suyo al Príncipe Juan Carlos de Borbón y Borbón y lo sentó en el trono después de haberlo educado como militar y haberle hecho jurar de rodillas los principios del posfascista Movimiento Nacional. Por cierto que, ya como rey, Juan Carlos I estableció con el reino de Arabia Saudita, con las llamadas monarquías del Golfo y con el rey de Marruecos, unos lazos de amistad y de negocio muy intensos, casi fraternales, que se mantienen aun mas vivos con la residencia del rey emérito en Abu Dabi. Todo esto viene a cuento del fallecimiento de la reina de Inglaterra y del inmediato ascenso al trono de Carlos III, un bigardo de 77 años de edad que toma la corona cuando en cualquier otro oficio ya debería estar jubilado. Dado que su función es meramente representativa y no tiene que lidiar con enojosas tareas de gobierno, su principal tarea debería ser no morirse demasiado pronto, mantenerse en forma, presidir aburridos actos protocolarios, y aparecer en televisión para felicitar al pueblo las fiestas de Navidad y Año nuevo. Para ese programa de trabajo institucional parece estar suficientemente preparado. Siendo príncipe de Gales tuvo actuaciones muy polémicas sobre el mal gusto en proyectos inmobiliarios, y sobre la necesidad de apoyar modelos ecologistas en el desarrollo económico y social. Pero además de eso también fue duramente criticado por su romance adulterino con Camila Parker mientras era un hombre casado. La prensa sensacionalista publicó conversaciones íntimas de contenido erótico entre ambos, que pasaron a ser considerados como los ‘malos de la película’ mientras a Diana se la entronizaba como la inocente víctima del culebrón regio con música de fondo al piano de Elton John. Si Diana de Gales no hubiese muerto en París en un accidente de trafico mientras huía de los fotógrafos junto con un novio mahometano, el drama seguramente hubiera desembocado en uno mas de los topetazos entre carneros que es como suelen terminar estos agobios amorosos. Con el paso del tiempo se ha demostrado que Carlos y Camila son una pareja unida por un erotismo profundo y saludable, que es lo propio de los matrimonios bien avenidos; que la madre de Carlos aceptó los hechos y acabó siendo el mejor apoyo para Camila elevándola a la categoría de reina. Y nos quedan en la infecta recámara de la prensa rosa dos personajes que pueden dar mucho juego, como los dos hijos de la “princesa del pueblo”. El pelirrojo y su señora apuntan maneras

Dios nos salve a todos.

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