A fuerza de manosearlo, histórico se ha convertido en un adjetivo devaluado, con escasa carga semántica y pobre sentido de la trascendencia. Lo mismo se podría decir del sustantivo récord. Así que cuando se reúnen en una misma expresión —récord histórico—, se extiende la sensación de “¿otro más?” Sin embargo, en algunas ocasiones no hay más remedio que recurrir a esa construcción para definir un hecho que adquiere la naturaleza de hito. Por ejemplo, el año turístico que está viviendo la comunidad es extraordinario, tanto que 2022 marcará un récord histórico. Los datos que cada mes aporta el Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre turismo ratifican que Galicia se ha convertido en una de los territorios más apreciados. Aunque es cierto que España, y las comunidades del norte en especial han vivido un verano sobresaliente, Galicia raya la matrícula de honor.

Las razones son diversas: la necesidad de viajar tras dos años de pandemia que ha mantenido a la ciudadanía enclaustrada en sus casas; el ahorro embalsado durante este tiempo que permite alguna alegría; la búsqueda de temperaturas más suaves en un país azotado por termómetros disparatados; la tendencia cada vez mayor de huir de los destinos más tradicionales de sol y playa (saturados, generalmente más caros y con unos estándares de calidad con frecuencia dudosos); la predilección por otros valores como la gastronomía o el paisaje. Y por supuesto el tirón del Xacobeo. El fenómeno del Camino ya ha adquirido una dimensión global y su recorrido todavía es enorme. Pese a atesorar un peso histórico indudable, el Camino tiene más futuro que pasado.

Las razones, en fin, para visitar nuestro territorio son casi infinitas. Millones de personas lo han hecho en los últimos meses y otras muchas todavía lo harán hasta final de año. Los indicadores son altamente positivos y las previsiones alimentan ese optimismo. Galicia está encontrando en el turismo un nuevo pilar sobre el que sostener una economía históricamente lastrada por notables desequilibrios. El último dato del INE confirma la buena dirección: los ingresos de los hoteles alcanzaron en julio los 52 millones de euros, un récord histórico.

Hoteles, hostales, casas rurales, campings, pisos turísticos han colgado durante muchos días el cartel de lleno. El impacto de los visitantes se ha notado en el transporte aéreo, ferroviario, incluso en las dársenas de los puertos deportivos o los aparcamientos destinados a autocaravanas.

La labor en el ámbito turístico de las diferentes administraciones—– Xunta, concellos, diputaciones— está dando sus frutos. El turismo ya forma parte protagonista del motor económico de nuestra comunidad, generando empleo y riqueza. Además de otros efectos colaterales, como diversidad social y cultural o potenciar valores como la autoestima y el orgullo de país.

En todo caso, sería más que deseable una mayor coordinación entre todas las administraciones a la hora de diseñar planes, programas, campañas y estrategias, así como un menor nivel de protagonismo personal de nuestros responsables públicos. A los ciudadanos poco les importa el quién, sino el qué, el cómo, el cuándo, el cuánto o el dónde se hacen las cosas. Esa obsesión por ponerle nombre, apellidos y rostro a cada iniciativa resulta en ocasiones ridícula. Al mismo tiempo la descoordinación puede, y de hecho ocurre, propiciar duplicidades, solapamientos o incluso competencias que encarecen los productos. Por ejemplo, en el terreno de las programaciones musicales, uno de los ganchos turísticos de este verano que ya nos deja. Resulta poco aleccionador ver a regidores vecinos compitiendo con el dinero público. Una situación si cabe menos edificante en aquellos pequeños concellos con escasos recursos.

Galicia necesita que el turismo despliegue todas sus alas para ejercer de complemento —incluso de salvavidas— de una actividad económica que tiene a un sector primario aletargado, todavía en fase de modernización, y a una industria mucho más sensible a los embates de las crisis y vaivenes globales.

En 2022 Galicia está de moda, y esa es una gran noticia, pero las modas están sujetas a la coyuntura, a la provisionalidad del momento, a los caprichos del consumidor y también al acierto de las campañas publicitarias, propias y ajenas. Las modas corren el peligro de pasar. Salvo que te conviertas en un clásico, en un valor seguro. Y para eso tu oferta debe ser cada año mejor.

Las administraciones y todo el sector deben trabajar con ahínco porque queda un largo trecho por recorrer. Aunque ha experimentado una sustancial mejora en los últimos años, la oferta turística gallega necesita más profesionalización en todos los ámbitos —desde el gerencial al de la atención al público—, más digitalización, mejores infraestructuras y campañas de promoción más atinadas, sabiendo a qué perfil de público específico se dirige. Necesita huir de la estacionalización de la demanda. Y de los clichés e imágenes preconcebidas.

Debe competir sin miedo y proyectar con convicción el mensaje de que somos una comunidad para disfrutar todo el año. Que aunque tenemos la franja litoral más grande de España, somos mucho más que playa. Que aunque poseemos una ruta de peregrinaje única en el mundo, somos más que O Camiño. Galicia es el destino perfecto para el turismo cultural, gastronómico, paisajístico, de playa, musical, urbano, de congresos... Su oferta es formidable. Y la aportación que puede y debe hacer al crecimiento de la economía gallega también lo debe ser.

Lo más difícil parece que está hecho —levantar a todo un sector y ponerlo a caminar—, ahora se trata de fijarse un rumbo y acelerar el paso. Y hacerlo con sentidiño. Porque el éxito de una estrategia turística acertada no se mide solo en términos cuantitativos. Galicia no es el Mediterráneo, ni falta que hace. No puede caer en la masificación, con sus infaustas consecuencias. Un turismo que no sea molesto ni violente el día a día de los ciudadanos (como ya ocurre en otras zonas de España absolutamente descontroladas). Que fomente la convivencia y la cohabitación. La diversidad y la armonía. La pluralidad.

El destino Galicia debe ahondar en su propio camino, una senda que este año, a falta de cerrar el último trimestre, está siendo ejemplar.