La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Camila y la pasión duradera

El 11/04/2005 di a la imprenta este artículo que seguramente muchos lectores no recordarán haber leído al cabo de 17 años. Bien podría modificarlo a conveniencia para ofrecerlo como novedad (la prosa periodística y el pescado fresco tienen una fecha de caducidad muy próxima en el tiempo), pero no me pareció honesto aprovechar la circunstancia. Y, por otra parte, una vez leído, no se me ocurre mejor forma de retratar el perfil humano de Camila, la ahora Reina consorte de Inglaterra. El artículo decía así:

“Casi ancianos y camino de los setenta años, se han casado el príncipe de Gales y su amante de toda la vida. Es una estampa hermosa y —sobre todo— sensata, porque el amor que sobrevive a la madurez, a los prejuicios sociales y religiosos, a los matrimonios de conveniencia, a las tragedias, a los escándalos, a la insoportable presión de los medios y a la curiosidad popular, ya ha pasado todas las pruebas de navegación posibles. Y es de colegir que no habrá tormenta que lo hunda. Lástima que la botadura oficial esté tan próxima a la hora del desguace. La boda de Carlos de Inglaterra y Camila Parker —luego de Parker Bowles— fue una ceremonia discreta y elegante, con ese sentido de la austeridad luterana que permite resaltar los perifollos de los invitados dentro del escueto ornamento de las iglesias. Todo lo contrario de lo que se estila por aquí, donde hay una dura competencia entre las señoras asistentes y las imágenes de los altares, para ver quien va más cargada de joyas. Pero, por debajo —o por encima— de ese cortejo de caballeros enchaquetados y de damas ensombreradas, empameladas y graciosamente emplumadas, se puso, una vez más, de manifiesto el enorme sentido práctico con que en la Gran Bretaña se manejan los elementos simbólicos del poder, las relaciones entre la Iglesia, el Estado y el Parlamento, el papel decorativo de la oligarquía y el empuje de unas clases populares fuertes, obscenas y belicosas. Se tiene a los británicos por fríos y distantes, pero la historia ha demostrado que el fondo genético resultante de las sucesivas mezclas es de gran vigor. Allí mandan y se imponen siempre los intereses primarios. Y no digamos nada en cuestiones relacionadas con el amor y con el sexo. Un antepasado de Carlos, el famoso rey Enrique VIII, se casó seis veces. Solo una de las esposas le sobrevivió y el resto fueron repudiadas o ejecutadas, para dar paso a la siguiente. Esta conducta le obligó a romper con el Papa de Roma, constituirse en cabeza de una nueva Iglesia, liquidar a todas las órdenes religiosas e incautar sus bienes, para financiar la compra de barcos. Ahí nació la prosperidad y potencia de esa nación. Y de otro arrebato pasional se derivó el ascenso al trono de su abuelo Jorge VI, tras la renuncia de su hermano Eduardo VIII al casarse con la divorciada norteamericana Wallis Warfield. Si no fuera por tan afortunada circunstancia esa rama de la familia no hubiera reinado y el no sería ahora mismo príncipe heredero de Gales. Por tanto, hace bien Carlos en dejarse llevar por la pasión y casarse con la mujer que ha sabido darle placer, ternura y consejo en la intimidad. Las bodas patrocinadas por los padres de los novios, las bodas para la galería y la prensa, casi nunca resultan bien. Lo fundamental del amor es una fuerte atracción física y una sexualidad ágil, acrobática y bien ensayada y perfeccionada. Y esa regla de oro vale lo mismo para las parejas de baile y para los trapecistas. Cuando uno se juega la vida en el aire necesita que lo esperen unos brazos y unos muslos fuertes y acogedores. Para no estrellarse.”

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