La Opinión de A Coruña

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Javier Cuervo

un millón

Javier Cuervo

Espacio para la indiferencia

¡Qué disgusto! ¡Creí que había muerto Hellen Mirren! Luego resultó ser Isabel II, una reina mayor y lejana. La televisión le ha dado centenares de horas y las que te dedicaré, morena. Las casas reales son generadoras de contenidos audiovisuales. La televisión es el espacio de las ficciones donde reinan de verdad.

En las plataformas televisivas, Isabel II era la mujer que llegó a la mediana edad en la última temporada de The Crown, la serie a la que la realidad le acaba de hacer un spoiler totalmente inesperado. En las cadenas generalistas Isabel II era la suegra de Lady Di y el grado más bajo de sorpresa para las comentaristas de moda. Ahora, gracias a un periodismo Forrest Gump que habita con toda inocencia el informativo, que se siente en Instagram, feliz de que su imagen salga etiquetada en los documentales del canal Historia del futuro, sabemos que tenemos que llorar por ella y que todo el Reino Unido lo hace. Me acojo al privilegio isabelino de ahorrar lágrimas, como hizo ella cada día de su vida. Por respeto.

Según ese reporterismo al que se le escapa el pis de pura emoción histórica se ha muerto “la madre de todos los británicos”, una declaración casi republicana por lo mucho que devalúa a sus verdaderos hijos, herederos de inmensos privilegios e inventarios. El escritor Anthony Burgess atribuía el mismo papel maternal a Margaret Thatcher, dándole la interpretación edípica freudiana. Las duras madres británicas perpetúan en sus hijos a los duros guerreros que van a muerte al combate, al fútbol y a beber.

Esta mujer tan amada por los reporteros, presentadores de magazines y programadores televisivos dejó los sentimientos para los caballos y los desvelos a su cría, lo que, según informaciones de mayor valor añadido, hacía más cómodo ser potro en cuadra que hijo en aposento. Ella no habría querido tantas emociones y nosotros no debemos permitírnoslas porque la indiferencia es el freno que contiene el motor de este mundo acelerado, revolucionado y rugiente que derrapa en las curvas de una carretera de la Costa Azul.

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