La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Los muertos del verano

Como todos los años, el verano ha sido abundante en fallecimientos de personajes famosos. O, al menos, tenemos la impresión de que así debió de ser. Al comienzo de la estación, la fuerza de la primavera brotando por todas partes nos hizo olvidar que la muerte también ha segado muchas vidas en ese periodo de tiempo. Tantas, o más, que las contabilizadas por los servicios estadísticos del Estado. Excepcionalmente, este año hay que añadir a esa cifra macabra, los miles de muertos por la pandemia del coronavirus en un número imposible de calcular dada la dispersión competencial de las entidades públicas encargadas de afrontar el problema. Un enemigo formidable del que al principio nos dijeron que era un virus de efectos parecidos a los de la gripe común en cuanto a su benignidad, para después reconocer que era altamente infeccioso y letal. Mientras tanto, la clase política, siempre tan preocupada por no alarmar más de la cuenta a la población que ella misma ha previamente alarmado, insistía en denigrar a sus oponentes atribuyéndoles incompetencia, venalidad y corruptelas variadas. En fin, el desmoralizador ejercicio de todos los días.

En España, causó tristeza la muerte de dos escritores muy populares, Almudena Grandes y Javier Marías. La obra de la escritora dio pie a la extrema derecha madrileña para alborotar contra la concesión del título de Hija adoptiva de Madrid. Y también para exaltar el recuerdo de los fusilamientos de Paracuellos del Jarama por milicianos republicanos. Almudena era una izquierdista contumaz y aprovechaba cualquier foro para dejarse ver como tal. Ni qué decir tiene que no es ajeno a la tirria con que la distinguían en sectores de opinión reaccionarios el hecho de ser la autora de Las edades de Lulú, un libro de alto voltaje erótico que ganó el premio de la Sonrisa Vertical. Distinto es el caso de Javier Marías, académico de la RAE y autor de una extensa obra traducida en el extranjero. El que esto firma leyó preferentemente los 700 artículos (no todos, claro) que Marías se atribuye haber publicado en la prensa española. En cambio, no puede decir nada de sus novelas. Con los libros sucede como con el amor y la amistad, que en unos casos apetece abrirlos para sumergirnos en su contenido y en otros no nos excitan la curiosidad.

Los artículos de Javier Marías, que solían aparecer en El País Semanal, tenían picante, y en ellos el escritor madrileño gustaba de adornarse describiendo cuadros de costumbres de su ciudad natal, de la política en la villa y corte, de la insensatez colectiva y del mal gusto reinante. Tengo anotadas algunas de las frases que utilizaba para calificarlas. Por ejemplo: la “peste turística”, las “abominables fiestas navideñas”, la horrible “judialización” de la política. O para describir el paso del llamado “coletas”, de ser “causa del insomnio de Sánchez a fullero favorito y abrazable”. Los enfados de Marías solían divertir a sus lectores. Queden para otro día las referencias a la muerte de Gorbachov, el hombre que convirtió el feroz oso ruso en un osito de peluche. Y a la reina Isabel II de Inglaterra, en el culmen de la sabiduría por el solo hecho de cerrar la boca para que no le entren las moscas.

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