Para no alargar el titular, suprimí la primera parte de la expresión coloquial dicha al imaginario conductor del autobús vital cuando el panorama en este mundo nuestro se presenta tenebroso: ¡Oiga, pare, que yo me bajo! Ya está bien de recibir día tras día noticias negativas, sucesos trágicos, impresiones amargas, y además con el soniquete de que no llueve, que las borrascas se desvían, y que de seguir así habrá restricciones en el suministro del agua potable. Sí, reconozco que estoy exagerando, pero es lo que me brota cuando tras el bálsamo de oír que el ejército ucraniano está recuperando terreno, que las tropas rusas se retiran, etc. leo que se van a celebrar referendos en las regiones más rusófilas para imponer la anexión de esos enclaves a Rusia. ¿Qué se puede esperar de esas votaciones? ¿Qué garantías hay de que sean consultas libres? Lo milagroso sería que los habitantes de esas zonas manifestasen espontáneamente que, aunque sintiéndose por historia y lengua deudores de la patria rusa, quieren que acabe la guerra y vivir en paz en Ucrania. O también rozaría el milagro que las autoridades ucranianas aceptasen tal grado de autonomía a esas regiones que quedasen todos complacidos.