La Opinión de A Coruña

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Joan Tapia

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Joan Tapia

¿Qué pasa en Italia?

Vamos a leer muchas inexactitudes, e incluso errores, sobre Italia. Lo cierto es que la derecha extrema (el Corriere y La Stampa la llaman centroderecha) ha ganado las elecciones con una amplia mayoría absoluta. Lo segundo es que —contra muchos titulares— no ha habido un gran vuelco ciudadano, sino simplemente que el nuevo sistema electoral —inspirado por Berlusconi y aprobado por Renzi (izquierda) para garantizar mayorías— ha causado un cambio radical en las fuerzas parlamentarias.

La coalición de derechas, unida, ha tenido un 44% de los votos. Mucho más que el centro-izquierda, encabezado por el PD de Letta, con un 26%. Pero si sumamos el PD y el Movimiento 5 Estrellas (M5E), que gobernaban juntos hace dos años, alcanzan el 41%. Y queda aún el 7,8% de los centristas que están más cerca de Draghi que de la derecha. La clave está en los distritos uninominales, un tercio del total, en el que logra el acta quien llega primero, lo que ha favorecido a la derecha con un único candidato frente a los de todos sus contrarios.

Ejemplo: 44% contra 41% en el electorado, pero la derecha saca 105 diputados de distrito contra solo 11 el centroizquierda y 10 el M5E. La derecha ha sido más hábil que la izquierda. Poco que ver con que los italianos añoren el fascismo.

En segundo lugar, en Italia hay —desde el desplome de la DC y el PCI— un creciente desencanto. Solo este año la participación ha caído nueve puntos, hasta el 63%. Y el PIB per cápita está estancado desde principios de siglo (fíjense en el aumento de los restaurantes italianos en Barcelona). Además, los nuevos partidos no han convencido. Por eso el éxito efímero de Berlusconi, del M5E y la Liga de Salvini en 2018 y ahora de Giorgia Meloni y sus Fratelli d’Italia, que en cuatro años han pasado del 4% al 26%. Por la novedad y la fuerte personalidad de Meloni que ha multiplicado por 6,5 su porcentaje del 2018 (¡ahí es nada!), mientras que sus aliados Berlusconi y Salvini han perdido casi una tercera parte del suyo.

Es pues erróneo proclamar el triunfo del fascismo. Meloni viene de ahí, desde los 15 años, pero ha tenido una larga y oportunista evolución. Fue joven ministra de Berlusconi, bajo la égida de Fini, que con su Alianza Nacional reconvirtió el viejo partido, y luego fundó Fratelli de Italia. No ocultó su admiración por Mussolini, pero dice que el fascismo es el pasado y se ha presentado bajo las banderas del nacionalismo receloso de la UE, la lucha contra la inmigración descontrolada y la defensa de los valores de la familia tradicional. Derecha bastante extrema, sí. Pero Meloni ha arado, ha cambiado, tiene magnetismo personal (ha vendido 150.000 ejemplares de su autobiografía) y dice que lidera un partido conservador. El domingo por la noche citó a San Francisco diciendo que había seguido sus consejos: hacer primero lo necesario, luego lo posible y entonces sacar fuerzas para alcanzar lo imposible. Que una mujer de 45 años que viene del posfascismo esté a punto de ser la primera presidenta del Gobierno.

La pregunta clave es ¿qué hará Meloni? Habría que saber, primero, qué piensa realmente, más allá de haber sabido moverse con habilidad y astucia. ¿Es aún la antigua admiradora de Mussolini, o una conservadora de derechas que quiere gobernar montada en el desencanto con la izquierda? En Europa forma parte del mismo grupo político que la derecha polaca y Vox y fue amiga del trumpista Steve Bannon, pero a diferencia de Berlusconi y Salvini, exhibe ante Putin un atlantismo sin fisuras. Y los empresarios italianos, que aplaudían a Draghi, ahora lo hacen a Meloni (son flexibles), esperando que nombre un ministro de Economía que caiga bien en Bruselas.

Tiene fuerza porque la izquierda (partida) se ha estrellado y sus aliados (Berlusconi y Salvini) la han perdido, pero en Italia el cargo de primer ministro suele ser un empleo temporal. En Europa preocupa que frene la necesaria federalización, pero creen que le interesará convivir. Ya nadie habla de salir del euro y para afrontar la crisis y el gran endeudamiento (un 150% del PIB frente al 117% de España y el 114% de Francia) necesita “la amistad” de Bruselas y del BCE. Meloni es hoy la estrella. También una gran incógnita.

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