Nuevo artículo, e inaugurando nuevo mes. Aquí está octubre ya, y con él continúa este tiempo de otoño. La vida sigue, con algunos nuevos sobresaltos y varias amenazas a la vista, por un lado, y con viejos temas enquistados que, por trillados, no dejan de ser objeto de debate, tertulia infinita y grandes titulares. Pero poco más, sin que se mueva un ápice la perspectiva de su resolución. Lo tocante a la renovación del Consejo General del Poder Judicial puede ser un buen ejemplo de ello, en una épica que raya lo absurdo al tiempo que lo desesperado. En fin, enrocados unos y otros en sus respectivas posiciones de poder, lo único que se constata es el flaco favor que le hace a una verdadera democracia esta versión partidista y partidaria de su ejercicio, orientada más al “¿qué hay de lo mío?” —a los intereses electorales y de otra índole de cada parte— que a un bien común honesto, sincero y verdaderamente imbricado en un auténtico espíritu de servicio. Una vez más, ya saben, mientras la casa común se desmorona y de aquellos muros, rememorando a Francisco de Quevedo, parezca que a veces poco más quede que algunos despojos.

Seguramente una de las causas de todo ello radica en el hecho de que, en este tiempo de posverdad, no se analizan realmente las conductas y las acciones exactas a la hora de dirimir responsabilidades sobre esa y otras muchas cuestiones que atenazan nuestra vida en común. No. Antes, se prefiere la dialéctica, el dogma, la comunicación vacía y dirigida a la propia parroquia, y algo así como una fidelidad inquebrantable a unas siglas, las de cada uno, independientemente de cuál sea el desempeño de los actores en liza. Así es muy difícil establecer una cierta etiología de los problemas que nos acompañan eternamente, y que suponen un continuo déjà vu en los titulares de prensa y en los informativos de televisión y radio.

Y, con todo, la consecuencia directa es que la sociedad está cada vez más polarizada. La brecha ideológica y operativa entre las diferentes posturas en mil y un temas es, cada vez, mayor. Y en este prólogo de elecciones municipales y autonómicas la cosa va a ir cada vez más, cómo no, a peor. Unos vivirán para poner en la picota, día a día, cada una de las decisiones de los que hoy ejercen la titularidad del poder, mientras que los otros tratarán de defenderse como puedan. Y, ¿saben qué? Pues que esa no debería ser la lógica del proceder en el servicio público. Y es que yo mediría a los políticos por su capacidad de producir consensos. Cuanto más pueda uno llegar a acuerdos con todos para abordar la resolución de un determinado problema o la puesta en marcha de algo nuevo, más estable y duradera será la misma. Pero no, eso no está de moda, porque implica algo de cesión en las propias ideas y algo de alabanza, respeto y consideración sobre las de los demás. Entonces, no hay consensos. Y así nos va como nos va. O sea, mal.

No es un ejercicio fácil, pero creo que por ahí debería ir una democracia más sana. Aunque uno no es profeta en su tierra: teniendo responsabilidades públicas, recuerdo haber salido de más de una reunión con la satisfacción de haber llegado a un consenso generalizado entre diferentes actores políticos normalmente enfrentados, tomar un café con todos ellos en un cierto ambiente de camaradería y... asistir poco después estupefacto a la concatenación de ruedas de prensa —por todos lados— en que se criticaba la decisión tomada por los propios comparecientes, de forma mancomunada. Luego venían los reproches, las situaciones de tensión y, ante mi llamada, aquel maldito “mantra” de “no te lo tomes a mal, que es solamente el juego político”. Pues bien, creo que el juego político es el que está arruinando nuestra sociedad y nuestra convivencia, de la mano de los que, en general, tienen menos escrúpulos, en todo el arco político. Cuidado, porque soy de los que piensan que el precio que pagaremos por todo ello en términos de desafección democrática y decadencia generalizada de nuestro modelo de convivencia, puede ser muy alto.

Me dirán ustedes que este es un fenómeno generalizado en Europa y, probablemente, en el mundo. Y probablemente tengan razón. Pero yo me fijo, sobre todo, en lo que puedo medir directamente. Y por eso circunscribo mi análisis a mi entorno cercano, sea a nivel municipal, autonómico o nacional. Creo que, de verdad, tenemos que reflexionar mucho sobre qué modelo de sociedad queremos, porque eso está relacionado directa y biunívocamente con el de democracia que practiquemos. Y soy de los que piensan que hace tiempo que esto hace agua por todas partes... Falta diálogo real entre actores que realmente entiendan qué es tal diálogo, cuáles son sus objetivos y cuál su lógica, y cuál es el valor exacto del consenso, frente a el abismo actual, cada vez más insalvable.

Bueno, a ver cómo nos va octubre. Estemos atentos a la realidad, porque... frentes hay muchos abiertos y los visos de entendimiento se perciben escasos. Ojalá me equivoque en este análisis, sinceramente se lo digo. El tiempo nos lo revelará... Aunque quizá me tachen ustedes de pesimista si les digo que no soy de los que creen que, también, pondrá todo en su lugar...